martes, 29 de mayo de 2012

¿Dónde está el centro del universo?

En un universo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna, de manera sorprendente, la física y las tradiciones místicas tienen la misma respuesta a la pregunta, las implicaciones, sin embargo, podrían ser múltiples y disímiles.


Existe una tendencia posiblemente innata en el ser humano a buscar el centro –un eje que oriente o un seno que acoga– y sin embargo esa búsqueda parece ser ilusoria, ya que, según muestra la física moderna, el centro no existe. O si existe, está en todas partes, por lo cual en vano lo buscaríamos: estaríamos ya en (y seríamos) el centro ubicuo.

La historia nos ha enseñado que la Tierra no es el centro del universo: gira alrededor del Sol que a su vez gira alrededor de la Vía Láctea que gira alrededor de un cúmulo de galaxias conocido como el Grupo Local que a su vez gira alrededor de otro cúmulo de galaxias… Aquí ya empezamos a probar el infinito en la elusividad de un centro.

Generalmente se cree que el universo surgió de una gran explosión o Big Bang, pero esta explosión no fue una explosión de materia en el vacío, fue la expansión del espacio mismo –que es indisociable del tiempo según la teoría de la relatividad de Einstein o como explica San Agustín “el primer segundo del tiempo coincide con el primer segundo de la Creación”. Esto significa que cada punto del universo parece estar en el centro. Rose Pastore en el sitio Pop Sci explica:

Piensa en el universo como un globo vacío con puntos en él. Esos puntos representan los cúmulos de galaxias. Mientra el globo se infla, cada punto se aleja de cada otro punto. El espacio entre los cúmulos de galaxias se expande, como el resto del universo a un ritmo acelerado (pero la gravedad mantiene a los cúmulos galácticos del mismo tamaño).

El físico Edwin Hubble observó en 1929 que las galaxias se estaban expandiendo a un ritmo proporcional a la distancia que las separaba. Esta expansión va, por así decirlo, creando el espacio en el que se van alejando las galaxias, sin que exista un límite o un borde del universo. De nuevo Pop Sci:
En el principio, el universo era un solo punto. ¿Dónde estaba eso? Estaba, y está, en todas partes. Los científicos incluso tienen la prueba: La luz del Big Bang, en la forma de radiación cósmica, llena el cielo en todas direcciones.


Existen dos formas de leer este enunciado –que conecta en un círculo a la ciencia con la poesía. Desde una perspectiva mística podríamos suponer que el centro del universo está en todas partes porque Dios está en todas partes, parafraseando a Borges, “No le basta crear, es cada una de las criaturas de su extraño mundo”. Pero existe una posibilidad más desoladora: la ubicuidad del centro del universo es equivalente a la inexistencia de un centro, de un surtidor y de un axis mundi del cual sujetarnos.

Si cada punto y cada uno de nosotros es el centro del universo no existe sentido u orden más que el que nosotros proyectemos al espacio infinito –que es siempre un eco de nuestra mente– y sólo queda el vértigo sin fundamento. Tal vez no se equivocaban aquellos humanistas que concibieron al hombre como el centro del mundo (aunque lo mismo hubieran acertado postulando al conejo que horada la Luna).

Esta difusión uniforme del Big Bang por todo el espacio, de tal forma que cada punto es el centro del universo –y en cierta forma su mismo origen, como un ubicuo omphalos– habilita un eterno retorno a una metáfora que históricamente el hombre ha utilizado para representar a Dios.

Borges recoge la evolución de esta metáfora en su ensayo La esfera de Pascal:
Fragmentos de esa biblioteca ilusoria, compilados o fraguados desde el siglo lll, forman lo que se llama el Corpus Hermeticum; en alguno de ellos, o en el Asclepio, que también se atribuyó a Trismegisto, el teólogo francés Alain de Lille -Alanus de Insulis- descubrió a fines del siglo Xll esta fórmula, que las edades venideras no olvidarían: “Dios es una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”.

Este centro sin circunferencia tendría múltiples avatares, uno de los más ilustres en el filósofo y matemático francés Blaise Pascal:
“La naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.” Así publica Brunschvicg el texto, pero la edición crítica de Tourneur (París, 1941), que reproduce las tachaduras y vacilaciones del manuscrito, revela que Pascal empezó a escribir effroyable: “Una esfera espantosa, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.”

Aquí observamos la profunda dualidad mental que genera un universo con un centro omnipresente. Lo mismo podemos ir del canto místico de la presencia perpetua de la divinidad al terror pesadillesco de un laberinto que se multiplica incesantemente: que se crea, en derredor nuestro, mientras avanzamos y de esta forma es perfectamente inescapable.


Si el centro del universo está en todas partes y “la luz del Big Bang” llena “el cielo en todas direcciones” es posible que la teoría de la Totalidad Implicada de David Bohm, con la que agrega a la historia de una metáfora –aquella de la esfera de Pascal– al holograma, no esté equivocada.

Michael Talbot explica lo propuesto por Bohm en su libro El Universo Holográfico:
De la misma forma que toda porción de un holograma contiene la imagen de la totalidad, cada porción del universo contiene la totalidad. Esto significa que si supiéramos el medio de acceder, podríamos encontrar la galaxia de Andrómeda en la huella digital del dedo gordo de nuestra mano izquierda. Podríamos encontrar a Cleopatra conociendo a Julio Cesar por primera vez, ya que en un principio la totalidad del pasado y las impliaciones del futuro están contenidas en cada porción del espacio-tiempo. Cada célula de nuestro cuerpo contiene al cosmos entero.

Ver todo en cada parte, ver nuestro rostro reflejado en el espejo del cosmos (en el vacío partículas de Dios o innumerables budas girando en el polvo, como reza el koan) puede ser la puerta intelectual a esa misma divinidad inherente. Aunque también existe la posibilidad de que en un universo sin eje, sin centro que sujete y sustente la realidad, estemos constantemente alucinando aquello que nos rodea. El solipsismo ad infinitum: cada punto podría estar creando a todos los otros puntos. Cada átomo podría ser su propio universo.




Twitter del autor: alepholo
Fuente Pijamasurf
Video Omniverso Fractal

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