jueves, 7 de junio de 2012

EL APOCALIPSIS ES UNA TRANSMUTACIÓN DE LA ETERNIDAD

Que el Apocalipsis existe en la mente, como un drama cósmico que se reactúa es una posibilidad, que a mi juicio es aún más interesante que el cumplimiento de una profecía o de una manipulación histórica,  por lo cual  el 2012 es justo lo que llama Argüelles en su calendario “el encantamiento del sueño”. Un sueño entrañable en el mandala de la humanidad: la gran ficción que se amalgama con la realidad.

Tal vez la noción o deseo de revelación de Apocalipsis que genera tanto fanatismo y psicosis,  sea consustancial a la percepción del universo, justamente la penetración del velo (la fulminante desnudez de Isis),  no porque el Apocalipsis esté escrito en una fecha futura, profética, o porque sea una escritura celeste, sino porque es una transmutación de la eternidad, un asomo de la inexistencia del tiempo o presente perpetuo,  que encierra, como un fractal, la historia entera del universo; una irradiación del paradisíaco jardín hiperespacial entrevelado en cada átomo del universo.

No porque el Apocalipsis nos aguarde en el futuro, como un extraño atractor, sino porque todos los instantes son el Apocalipsis. ¿Es posible que más allá de los ciclos naturales de la galaxia, del Sol, de la Tierra y del mismo ser humano, y sus diferencias cualtitativas, el mítico retorno de la Edad de Oro sea la representación del vislumbre de la eternidad?

El fin del mundo ya sucedió, verlo, como ver el espíritu en todo su esplendor en el cuerpo que muere, es la edad dorada: porque vemos que morimos y nos damos cuenta de que seguimos vivos: redescubrimos que ya somos todo (el Uno y el Otro) y nunca podríamos dejar de serlo.


“El chamán es alguien que ha visto el final”, dice Terence Mckenna, y por eso toma su lugar sin ansiedad, mientras la trama se desenvuelve. No existe ansiedad en la visión del final, no solo por saber qué va a pasar, sino por saber que el final es el principio. La serpiente Ouroboros también tiene en la cola el Logos.

El Apocalipsis es el eterno retorno del Big Bang en el fractal del universo: el hombre, y en ese sentido es deseable, como rueda cósmica de creación. De conciencia que nosotros creamos el universo. Fuiste tú.
El acto de destruir el mundo
sucede en el mismo instante de crearlo.

Y sin embargo, cuando no llegue el Apocalipsis, hay que celebrar: que seguimos aquí, que aunque no nos hemos convertido en el director de la película, al menos los guionistas no nos han matado en el primer acto dramático presionados por los ejecutivos para insertar pirotecnia y persecuciones. La trama cada vez se vuelve más compleja e interesante, los personajes se vuelven multidimensionales. Los guionistas empiezan a aceptar nuestras recomendaciones, se retroalimenan de nosotros, nos dejan improvisar los diálogos.
Celebrar: porque puedes tener tu propio Apocalipsis (tu joystick, tu joyride a la velocidad de la luz) y no el que creías tenían pensado para ti. Es tu derecho divino: decidir, diseñar y poetizar conforme a los prinicipios estéticos del cosmos la forma en la que despiertas del sueño.

”Dentro del corazón, se encuentra la verdad. Y la verdad es Luz”



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