martes, 20 de enero de 2015

El Talón de Aquiles del Darwinismo


Charle Darwin fue un agudo observador de la naturaleza y un pensador original que revolucionó la biología.
Fue un gigante contemporáneo del siglo XIX, de gran influencia, que se adhirió a la teoría del “materialismo dialéctico”, según la cual la materia es el único sujeto del cambio y todo cambio es producto de un conflicto surgido de las contradicciones internas inherentes a las cosas.



Vaya, parece que esté describiendo la sociedad en la que vivimos.

Pero, a pesar del atractivo que tuvo el materialismo dialéctico para los intelectuales y la clase obrera de algunos países, a fines del siglo pasado dicha teoría ya había fracasado ante las pruebas del mundo real.

El darwinismo está comenzando a mostrar claros signos de desgaste y fatiga. Mas no son únicamente los creacionistas los que quieren anunciar tal sentencia de muerte. Darwin era muy consciente de los puntos débiles de su teoría.

Por ejemplo, consideraba que el origen de las plantas florales era “un misterio abominable”. Y, hasta el día de hoy, sigue sin solución.
Durante más de cien años los científicos han buscado arduamente, y sin suerte, las huellas fósiles del “eslabón perdido” en la era primitiva entre las plantas no florales y las florales. En esa búsqueda han surgido un sinnúmero de puntos problemáticos.

Darwin previó que surgirían problemas si no se encontraban fósiles de transición (en este caso, los fósiles son reproducciones de criaturas vivas, formadas a partir de procesos químicos). En ese entonces escribió:


“Se trata de la objeción más seria que se le pueda hacer a la teoría”

Sin embargo, el científico no pudo prever por dónde aparecerían nuevas fallas estructurales que podrían en peligro los propios cimientos de su teoría.
Esto se debe a que en su época la bioquímica se encontraba en un estado embrionario. Es dudoso que hubiera podido imaginar que, menos de cien años después de la publicación de “El Origen de las especies”, se descubriría la estructura del ADN.



Como ironía del destino, uno de los primeros proyectiles en hacer impacto contra la teoría de la evolución fue arrojado por un bioquímico
En su libro “La caja negra de Darwin: El reto de la bioquímica a la evolución, el profesor de biologíaMichael Behe señaló un extraño descubrimiento de la bioquímica empírica. Se centró en cinco fenómenos: la coagulación sanguínea, los cilios, el sistema inmunológico humano, el transporte de materiales dentro de las células y la síntesis de nucleótidos.
Analizó sistemáticamente cada fenómeno y llegó a una única y asombrosa conclusión:


“Estos sistemas son tan irreductiblemente complejos que es imposible que se haya llegado a su creación por la vía darwiniana de la evolución lenta y gradual”

El fundamento de la teoría de Darwin es simple, tal vez incluso simplista. Según sus premisas, la vida en la Tierra ha evolucionado mediante una serie de cambios biológicos, producto de mutaciones genéticas aleatorias que funcionan conjuntamente con la selección natural.

Darwin sabía que la única manera de verificar los principios básicos de la teoría era buscar en el registro fósil. Esa búsqueda continúa hasta nuestros días.

No es que no haya escasez de fósiles, fósiles hay millones y millones, sólo escasean los que serían necesarios para fundamentar la teoría de Darwin.
Existen muchísimos fósiles, tanto de formas antiguas como recientes. Por ejemplo los hay de los primeros primates ya extintos, de homínidos, de neandertales y de homo sapiens, pero no hay fósiles transicionales que vinculen al primate con el hombre.



Nos encontramos ante una situación análoga a la de la temida aparición de las plantas florales, el talón de Aquiles del darwinismo.

Los depósitos de agua del pasado remoto han dejado millones de fósiles, como si fueran una inmensa biblioteca geológica. ¿Por qué encontramos muestras representativas de plantas no florales de hace trescientos millones de años y de plantas florales de hace un millón de años que aún existen, pero no encontramos ningún espécimen que muestre el proceso gradual de mutaciones que representan a las especies intermedias que deberían unir a ambas?

En la actualidad no existen este tipo de plantas y tampoco se las encuentra en los registros fósiles. Esa es la gran dificultad de Darwin.
Se trata de un asunto serio, incluso decisivo, que debe analizarse detenidamente y con profundidad.
Darwin sabía que sobrevendrían las críticas de no encontrarse las especies transicionales necesarias en el registro fósil.
Desde hace mucho tiempo los genetistas saben que la mayoría de las mutaciones suelen ser neutras o negativas. En otras palabras, por lo general las mutaciones son errores del ADN en la copia fiel de la información.



Situar la mutación como fuerza impulsora de la evolución nos coloca ante un problema que tiene varias aristas. Como señala Behe en su libro, la vida en el interior de una célula es demasiado compleja como para ser resultado de mutaciones aleatorias.
Pero Darwin no disponía de la clase de tecnología de laboratorio con que hoy cuentan los biólogos moleculares, sino que trabajaba con especies y no con la estructura de las células, la mitocondria y el ADN. No obstante, la teoría de las mutaciones tampoco funciona bien en otros niveles.
Volvamos ahora al problema de la aparición repentina de la aparición de las plantas florales. Las florales representan un alto grado de organización. La mayoría de ellas están diseñadas para acoger a las abejas y otros agentes polinizadores.

Y la pregunta que nos hacemos es; ¿qué hizo que las supuestas plantas no florales primitivas, que se habían reproducido de forma asexual durante eones, adquirieran repentinamente las estructuras necesarias para la reproducción sexual?



Según la teoría de Darwin, esto ocurrió cuando una gimnosperma murió y se convirtió con el tiempo en una planta floral. ¿Es esto posible?
Consideremos algunos hechos: en las plantas florales, la transferencia del polen de la antera macho a los estigmas femeninos, debe ocurrir antes de que las plantas de semilla puedan pasar a la reproducción sexual. La mutación tuvo que empezar con una planta, en un lugar, en algún momento.

No había insectos ni animales específicamente adaptados para polinizar flores porque estas no habían existido antes de ese momento.
Este es el punto en que se derrumba la idea de combinar la mutación, selección natural y gradualidad. Frente al dilema de una organización avanzada y un salto desde la reproducción asexual a la sexual, los darwinistas afirman simplemente que la evolución opera muy lentamente como para que los nexos sean visibles.

Eso es incongruente. Si el tránsito es tan lento, entonces deberían abundar los fósiles que demuestren la existencia de los eslabones perdidos.
La selección natural no elegiría una gimnosperma (por ejemplo, un helecho) que repentinamente mutara hasta producir una estructura que exige una enorme cantidad de energía de la planta pero que carece de propósito.



En otras palabras, las plantas no florales no pudieron haber dado lugar a partes florales paulatinamente a lo largo de decenas de millones de años mientras no se hubiera formado una cabeza floral completamente funcional. Esto iría en contra de la propia ley de la selección natural de Darwin, el principio de la supervivencia de los más aptos.

Otros biólogos, como Lynn Margulis, consideran que el darwinismo se centra demasiado en la idea de que la competencia es la principal fuerza motriz de la supervivencia. Esta especialista señala que, como se ha observado recientemente, la cooperación es tan importante como aquella, y tal vez más.

Para los darwinistas, la vida solo existe en el concepto de un materialismo absoluto: una serie de accidentes y reaccione químicas que son responsables de todo el universo. Hasta el sentido común parece estar a un segundo plano frente a los dogmas científicos. Por ejemplo, el caso del cerebro humano, sus capacidades avanzadas (la de calcular, tocar el violín, e incluso la conciencia misma) no se pueden explicar meramente con la doctrina de la “supervivencia de los más aptos”.

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