Que la música tiene diversos fines y aplicaciones es obvio. Nos acompaña cuando entramos en el supermercado, en bares, grandes almacenes… La psicología conductista encontró en ella un filón para impulsarnos a la compra, o al trabajo. Pero no siempre fue así; las tradiciones de muchas culturas remiten al origen divino de las armonías musicales.
Entre las tradiciones ocultistas del medievo se tenía la certeza de que, en tiempos remotos, la humanidad conocía secretos mágicos acerca de las propiedades de la música. Así es como, según el árabe Masudi y el norteamericano Edgar Cayce, fueron construidas las pirámides y cómo los druidas ingleses consiguieron colocar esas enormes piedras en lugares sagrados como Stonehenge o Avebury.
La teósofa Madame P. Blavatsky llegó a afirmar, retomando los saberes herméticos, que “se puede emitir un sonido de tal naturaleza que levante en el aire la pirámide de Keops”. Este tipo de “estrafalarias” afirmaciones, ahora recuperadas, fueron aceptadas comúnmente en la antigüedad.
Es conocida la importancia que los hindúes dieron al sonido “OM”, como origen y final de todas las cosas. Seguidores del yoga y de prácticas espirituales nacidas de la India, utilizan la vibración como método de armonización interior y sanación. Pero también nuestra propia tradición acoge referencias de este tipo.
En la Biblia se cita un escalofriante uso de la música cuando Josué describe la destrucción de las murallas de Jericó: “Y al séptimo día, tomen los sacerdotes siete trompetas de las que sirven para el jubileo, y vayan delante del Arca del Testamento, y en esta forma daréis siete vueltas a la ciudad, tocando los sacerdotes sus trompetas: y cuando se oiga sus sonido más continuado y después más cortado, e hiriere vuestros oídos, todo el pueblo gritará a una con grandísima algazara, y caerán hasta los cimientos los muros de la ciudad por todas partes, y cada uno entrará por la que tuviere delante”.
Que éstas y otras proezas sean fruto de los mitos y leyendas o la realidad, es algo que el hombre del siglo XXI empieza a cuestionarse de la mano de la física cuántica. La resonancia magnética y el ultrasonido son parte del legado curativo que ha traído la moderna física, reconectando la ciencia con el saber alquímico de la antigüedad.
EL ORIGEN DE LA MÚSICA
En la antigua Grecia, la música era considerada un regalo de los reinos superiores. La leyenda cuenta que Anfión recibió la lira de manos de Hermes, soportando las burlas de su hermano Zeto. Cuando los gemelos conquistaron Tebas, fue el momento en que le tocó reír a Anfión, pues la música de la lira producía tal vibración en las piedras que se elevaban “solas”. Así fue como, según la tradición, fueron construidas las murallas de Tebas. La filosofía hindú ofreció hace muchos siglos una explicación a estos fenómenos “paranormales”.
Para los seguidores de la escuela mística Shamkya, las propiedades mágicas de la música se sostienen sobre una base física: la existencia del éter. Este mítico quinto elemento, la “quintaesencia”, lo impregna todo y es anterior a los demás. El sonido no correspondería al roce con el aire sino con el éter, la “energía cósmica”, convirtiéndose en el más importante de los sentidos. Así, el sonido y el éter serían las primeras manifestaciones de conciencia objetiva, el principio y el fin al que se refiere el mantra “OM”. Quien trabaja con el sonido estaría, por lo tanto, manipulando la fuente de todo lo que vemos, sentimos y olemos. Para dicha escuela, este sonido primario, etéreo, puede ser comunicado a la mente receptiva y, en casos excepcionales, incluso a las piedras por medio de la vibración.
LAS PIEDRAS ESCUCHAN
Don Robins, químico profesional que estudia los conjuntos megalíticos de Rollright Stones en Oxfordshire (Gran Bretaña) ha descubierto que esas piedras “emiten en la actualidad vibraciones de ultrasonido de extraordinaria potencia, que varían en pautas regulares relacionadas con la hora, la fase de la Luna y la estación del año”. Esto le ha llevado a afirmar que “la materia de las piedras y la geometría de su emplazamiento transmiten las microondas energéticas que provienen del Sol, amplificándolas a un nivel muy alto y emitiéndolas según pulsos regulares”, afirmaciones ambas que recoge Joscelyn Godwin en su valioso libro Armonías del cielo y de la tierra. Curiosamente, hoy día algunos científicos están utilizando vibraciones ultrasónicas para disolver cálculos del riñón y anular células cancerígenas.
El médico, artista y científico contemporáneo Hans Jenny ha investigado el efecto de los tonos sobre el humo, el fluido y el polvo de licopodio, constatando que reaccionan a esas “músicas” formando figuras ordenadas y hermosas que se asemejan a las de la naturaleza. Este hombre ha parido una nueva ciencia llamada “cimática”, dedicada al estudio de la vibración creativa. En realidad, tampoco ha inventado nada, pues ese mismo efecto fue estudiado, de otra manera, en el siglo XVII por el sabio jesuita Athanasius Kircher. En una de esas afirmaciones –que hasta hace poco podían parecer alucinaciones–, Kircher sostenía que el viento producía en los pinares una melodiosa armonía, la música de los dioses, pues las ramas de los diferentes árboles producían la octava, la quinta, la cuarta y el tono. Este sabio llegó a afirmar que había algunas plantas predispuestas naturalmente para producir melodías armoniosas. En concreto, el equisetum –cola de caballo– tiene sus nudos espaciados según las divisiones del monocordio; 1:2:3:4.
Uno de los discípulos de Kircher llegó a probar esta afirmación, construyendo una flauta con su caña para constatar que la naturaleza le había provisto naturalmente de las proporciones precisas para sonar sobre dos octavas. Godwin se pregunta si no será ésta la explicación para tantos mitos, en todas las tradiciones, que hablan de las propiedades mágicas de la flauta. El propio Kircher afirma que los pescadores sicilianos del siglo XIX atraían la pesca cantando una canción. Hoy, una afirmación tan aparentemente esotérica como que las plantas crecen mejor cuando se les coloca una música adecuada, está prácticamente aceptada. Mucha culpa de este cambio de conciencia la tiene el libro La vida secreta de las plantas. Similar efecto, pero sobre el agua, ha sido comprobado por el japonés Massaru Emoto, quien constató, al fotografiar moléculas de agua cristalizadas, que la música clásica y new age producían hermosos cristales, mientras que el death metal desestructuraba la composición molecular.
LA MÚSICA Y LA RELIGIÓN
La religión ha tenido una relación ambivalente con la música. Por un lado, en la mayoría de los sistemas teológicos se representa el paraíso como un lugar donde se pueden escuchar dulces armonías. Tanto ángeles judeocristianos como dakinis hindúes se representan tocando instrumentos. Al mismo tiempo, entre las grandes religiones monoteístas ha habido disparidad de criterios a la hora de evaluar la bondad o maldad de la música.
En el Islam ortodoxo, la música está prohibida. Sin embargo, su corriente mística, la disciplina sufí, la convirtió en un arte, hoy día practicado en países como Pakistán, Egipto, Turquía, Irán, Senegal o Siria. Según relata Joscelyn Godwin en su obra ya citada, en su día los cánticos de los derviches giróvagos acabaron degenerando en bacanales. Por lo visto, era común que en estos místicos y pasionales momentos, los derviches se rompieran la camisa como hacen hoy los gitanos, degenerando a menudo en un abuso, cuando el místico era de sexo femenino.
Una disputa calcada entre puritanos y heterodoxos se produce en el judaísmo. Al igual que los sufi, los hasídicos, místicos seguidores de la Cábala, utilizaron la música para alcanzar esa octava que ofrecía el camino a la iluminación. En el libro sagrado, Shiloah, se describe cómo es la música celestial que sólo profetas como Moisés o Josué tuvieron la delicia de escuchar. “No sólo los ángeles cantan: las estrellas, las esferas, la merkavah y las bestias, los árboles en el Jardín del Edén y sus perfumes, todo el Universo canta ante Dios”. Más tarde se admitiría que, además de los grandes profetas, algunos maestros hasídicos llegaron a escucharla. Según esas mismas fuentes, los cantos de las almas cuando están cerca del Todopoderoso no contienen palabras sino que se expresan sólo con tonos. Para otros, el éxtasis religioso a través de la música se alcanza cuando se atisba la música como colores, una percepción que han descrito algunas personas bajo los efectos de drogas psicotrópicas como el LSD. Autores tan diversos como Chateaubriand, Teilhard de Chardin, William Blake o el propio Tolkien han descrito de manera similar esos momentos celestiales. El rock psicodélico, con Grateful Dead, The Beatles, Pink Floyd y Yes a la cabeza, construyó melodías coloristas y de tipo místico, a través de las puertas abiertas por el ácido lisérgico. La continuación de este movimiento sería el heavy metal y el rock siniestro con claros matices “oscuros”.
La iglesia cristiana no se ha salvado de esta polémica acerca de las virtudes de la música. Si en los primeros tiempos del cristianismo se la despreció, por estar asociada a los espectáculos degradantes de los circos y bacanales romanas, conforme la Edad Media avanzó hacia el Renacimiento fue penetrando en diferentes partes de la misa hasta convertirse en conciertos puros y duros. En tiempos del Concilio Vaticano Segundo la Iglesia dictó unas normas para limitarlos, que repercutieron negativamente en algunos monjes, como los trapenses de una abadía norteamericana. Cuentan que cuando dejaron de cantar su oficio diario en latín, los monjes comentaron a experimentar problemas de sueño. Al poco tiempo, la institución eclesiástica levantaría esa prohibición. Buena culpa de ello la tendrían las pujantes iglesias protestantes.
Desde el siglo XIX, las iglesias evangélicas convirtieron las misas en espectáculos, a través del gospel o espiritual negro, que hoy se canta en Estados Unidos, en Sudáfrica, y ha superado el ámbito puramente religioso para alcanzar el ámbito profano. En España son famosas las misas gitanas por razones semejantes. La exaltación y la pasión que atesoran las convierten en un espectáculo que para unos eclipsa el acto religioso, y para otros es la forma que estos pasionales pueblos tienen de acercarse a lo suprahumano. Los ritos afroamericanos, como el candomblé, la macumba o la santería están indefectiblemente ligados a la vibración del tambor, produciendo estados de “éxtasis” o posesión del santo. El documental El milagro de Candeal, de Fernando Trueba, muestra uno de dichos éxtasis.
De la Edad Media ha quedado el recuerdo de dos instrumentistas que conseguían proezas aparentemente inalcanzables. Cuentan que el laudista Francesco di Milano interpretó una fantasía después de una cena que hizo que “los comensales se volvieran coléricos, melancólicos, embelesados, y extáticos, demostrando de esta manera que la música moderna era tan poderosa como la antigua”, según relata Joscelyn Godwin. El otro, el organista Claude Le Jeune, trabajaba al servicio del rey francés Enrique III. Un día fue invitado a tocar durante una boda. Su incendiaria música afectó tanto a un cortesano que, en presencia del mismísimo rey, sacó su espada y juró que allí mismo se batiría con alguien. Estas historias no son patrimonio del mundo cristiano. En la cultura hindú, se cuenta la historia del emperador Akbar, quien ordenó tocar a un músico, una raga –canción– ligada al fuego. Por más que el músico intentó refrenarle en sus deseos se vio obligado a tocarla, quedando inmediatamente envuelto en llamas.
CURACIÓN MUSICAL
En Apulia, la región de la bota de Italia que rodea a Tarento, existió durante el medievo una extrañísima enfermedad llamada “tarantismo” que afectaba, en principio, a todas las personas que le picaba la araña tarántula. La singularidad del caso estriba en que, ya sea por simpatía o histerismo, cada vez que una persona era picada por el insecto, se producía una histeria colectiva entre las mujeres de la región que terminaban cantando, gritando, riendo, llorando y haciendo gestos obscenos. Al parecer, lo que lograba calmarlas era interpretar una música, que dio en llamarse tarantela en 6/8, repitiéndola sin pausa durante todo el tiempo en el que la víctima estuviera poseída. Hay vestigios de casos de tarantismos del año 1360, pero todavía en 1944 dos músicos aragoneses afirmaron haber tratado el último caso, y según la musicóloga Juliette Alvin, esta enfermedad todavía era conocida en Apulia en 1968. Joscelyn Godwin argumenta en el libro citado que probablemente las mujeres italianas de aquella época utilizaran esa excusa para liberarse de los duros corsés de una sociedad especialmente restrictiva, y acabara convirtiéndose en un trance similar al de los derviches o el que se alcanza con los tambores africanos. Para Marius Schneider, las raíces habría que encontrarlas mucho atrás, en el tercer milenio antes de Cristo, estando dedicada esa danza a la diosa Hilandera, que simbolizaba las polaridades negativas de la naturaleza. “La orgía catártica de la tarantella correspondería al frenesí divino en el que se invierten las normas del mundo, de manera que el propio mundo se vea obligado a reflejar su verdadero sentido”.
ALCANZAR ALTAS ESFERAS
Parece claro que las religiones no estaban desencaminadas cuando veían en la música un catalizador de energías básicas e instintivas: el miedo, la violencia o el sexo. A lo largo de la historia ha habido músicas guerreras y músicas orgiásticas. Modernamente, los conciertos de rock y las discotecas también han generado un debate similar; mientras el pueblo los ha adoptado como una forma de exorcizar demonios interiores y represiones, los eruditos la han despreciado por inutilizar el órgano del oído para cometidos superiores.
Hasta la llegada de la new age parecía haberse olvidado que la música también ha jugado un papel de elevación a otros estados superiores de la conciencia. Y lo cierto es que gran parte de los mejores compositores han estado “iluminados” de una u otra forma con una luz que los inspiraba. Brahms confesaba que, “al componer siento que me estoy apropiando del mismo espíritu al que Jesús se refiere”. Para Puccini, el momento de las musas, era claramente religioso: “Hay otros modos de comunicarse con Dios aparte del de asistir a una misa y a una confesión. Cuando estoy componiendo siento que Él está cerca de mí y que aprueba lo que hago”.
A pesar de la secularización del arte, modernos compositores han reivindicado la inspiración divina. El más afamado es Stockhausen, quien afirma sin rubor proceder de la estrella Sirio, que según él es el origen de todos los compositores. En eso estaría de acuerdo con los hermetistas, que hablan de que la música procede de una octava esfera; los reinos de la inteligencia pura.
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