Por Percy Taira
Se dicen que las grandes mentes espirituales de todos los tiempos (Jesús, Buda, Lao-Tsé, entre otros), aquellos hombres que lograron sentir la iluminación y la verdad de sus vidas y del mundo, tuvieron antes que pasar necesariamente por lo que se conoce como un camino o viaje iniciático.
¿Qué es el camino iniciático?
El camino iniciático es cuando un hombre vive un hecho de sufrimiento importante en su vida y que luego de esto, decide transformar su personalidad y sobre todo, la forma en la que ve su vida y cómo entiende el mundo.
Este sufrimiento pueden ser emocionales como el miedo, la frustración, o el dolor de un amor perdido, o material o físico, como por ejemplo, alguna enfermedad grave, quedarse sin trabajo, sin dinero, etcétera. Cualquier hecho o sentimiento que aquella persona considere como un fuerte golpe en su vida pero a la vez, tan profundo e importante, que deja un hito imborrable en su vida.
Este es pues, un episodio en que la persona comienza a hacerse diversas preguntas, sobre el pasado, el presente, el futuro, en que se cuestiona sobre hechos que quizá nunca antes se había cuestionado, en que se pregunta temas sobre la vida, la muerte, el destino, la felicidad, la tristeza.
Luego se da cuenta de que la vida no es la vida que desea y que debe cambiarla y sobre todo mejorarla.
Esto es importante. Todo viaje iniciático inicia con la intención profunda de querer ser una mejor persona, de querer ser un mejor individuo. De conocerse a sí mismo, para mejorar y ser producir o parir una mejor versión de él. No existen los viajes iniciáticos que tengan la intención de hacer daño a los demás y sobre todo, de hacerse daño a sí mismo.
La reflexión y el aislamiento
Al sentir en la mente y en el alma esta serie de preguntas difíciles de responder, invariablemente, la persona siente unos grandes deseos de aislarse del mundo.
Antiguamente, esto parecía resultar, por lo menos en apariencia, más fácil (luego diré por qué solo en apariencia), por ejemplo, uno podía irse unas semanas, meses o años, al desierto, tal como lo hizo Jesús de Nazaret, o vivir en una cueva de un cerro perdido o ser simplemente una persona ermitaña o errante que viaja por el mundo, tal como lo hizo Buda o Lao-Tsé.
Esta soledad permitía que la persona esté rodeada por una paz suficiente para meditar sobre sus sentimientos y pensamientos y poder, a partir de allí, iniciar ese camino de la revelación y la verdad.
La soledad y la sociedad interconectada
Al estar en soledad (que puede ser parcial, no necesariamente total), no sólo se toma conciencia de sí mismo y se profundiza en aquellas preguntas profundas del quién soy y cuál es mi sentido de vida, sino también, de la posición y misión de cada uno en el mundo y la relación con las otras personas.
El propio camino resulta también ser peligroso. En la antigüedad el ir al desierto para vivir solo implicaba riesgos como la falta de comida, los distintos animales que podían atacarlo a uno, o incluso, ser víctima de la delincuencia o cualquier otra tentación. En el caso de Jesús, por ejemplo, luego de pasar cuarenta días y cuarenta noches en el desierto se quedó sin comida y luego fue tentado por el demonio con alimentos, riqueza y poder.
En la actualidad, en este mundo tan interconectado (por lo menos en apariencia) por la tecnología y los medios de comunicación, aislarse del mundo para iniciar el camino puede también llevar a otra serie de problemas como el romper con los lazos amicales que uno tuvo por años, el dejar incluso la actividad o trabajo, poner fin a la posición social que uno tardó años y sacrificios en formar, entre otros.
Evidentemente, con esto no se quiere decir que la persona que siente la necesidad de hacer el camino iniciático deberá ir a un desierto o deberá dejar su trabajo o a sus amigos, pues cada cuál tomará las decisiones que sienta le funcionan y le acerque más al estado que quiere alcanzar, sin embargo, se debe entender que iniciar el camino iniciático, no es sencillo y la persona que desea iniciarlo, sabrá que temas como la seguridad física, emocional, económica, la posición, la vanidad, el ego, los logros y triunfos del pasado, etcétera, todo eso, es muy probable que deje de interesarle a esa persona o dejará de interesarle una vez que está en el camino y por supuesto, dejará de interesarle una vez que lo termine.
Veamoslo así: si uno llegó a un punto en que tomó conciencia de que su vida no está bien y que debe iniciar un cambio definitivo y profundo en ella. ¿Por qué querrá continuar con los elementos que rodea esa vida? Pensemos en un laberinto con una puerta de entrada y otra de salida, si uno inicia el laberinto es con la intención de salir de él ¿por qué dar vueltas y volver sobre tus pasos o buscar nuevamente la puerta de ingreso?
Por ello, el camino o viaje iniciático pasa necesariamente por el concepto de romper con el pasado, para cambiar el presente, y por ende, cambiar el futuro. Dejar atrás nuestro antiguo yo y nacer de nuevo. Ser un nuevo hombre.
Durante el camino
Cuando uno toma la decisión e ingresa al camino iniciático, verá todo desde una perspectiva completamente distinta al mundo que nos rodea. Es el despertar. Es salir de esa Matrix que nos rodea. Es allí cuando los primeros signos de crecimiento personal y espiritual comienzan a darse. Cuando los sentimientos negativos de nuestra personalidad comienzan a desaparecer o empequeñecerse mientras que los positivos comienzan a crecer.
Uno comienza a ser más consciente de las cosas que hace, dice y siente y su efecto tanto en nuestra vida como en la vida de los demás. Nos da empatía. Comienza a ver cómo es su cuerpo y comienza a respetarlo y cuidarlo (deja los vicios, se alimenta mejor, etcétera), y cuida su alma y las emociones (se aleja del mal, de las personas que dañan, de los ambientes dañinos). La mente y el alma se purifica, se limpia, pero también se amplifica. Se expande.
Muchos de estos cambios los tendremos de manera natural, por ejemplo, si uno deja vicios como el fumar el cuerpo comienza a limpiarse y con el tiempo, comenzará a buscar limpiarse de otras adicciones o malos cuidados que le damos. Lo mismo pasa con lo espiritual, prontamente desearemos no estar en compañía de tales personas, y reconoceremos y veremos con más claridad, cuáles son las personas o ambientes que más nos hacen daño y nos alejaremos de ello.
También sucederán algunos hechos mágicos o concidencias extrañas. Llegarán a nuestra vida oportundidades que nunca antes habíamos siquiera vislumbrado y que ahora aparecen para alinearse con nuestro verdadero yo y con nuestra verdadera misión en el mundo. Comienza a llegar la gente que debemos tener a nuestro lado. Comienzan a llegar a nuestra vida elementos que nos confirman las emociones y sentimientos y pensamientos que estamos descubriendo en nuestro camino.
Al final del camino
Al final, uno logrará tener el alma y la mente más clara, uno comenzará con responder aquellas preguntas que uno tuvo al inicio del camino. Comienza a ver las primeras luces de verdad. De esa Verdad que se encuentra dentro de cada uno de nosotros. Nuestra propia verdad que al final es la verdad del mundo (Por algo no es raro que Jesús o Buda por ejemplo, coincidieran en el centro de todas sus enseñanzas).
Uno encuentra paz, uno encuentra respuestas y principalmente, uno llega a conocerse verdaderamente y se encuentra. Al final verá y contemplará su propia transformación y el nuevo ser que ha creado. El camino iniciático, el viaje iniciático, es un camino exterior e interior que permite hallarnos.
El camino iniciático debe realizarse solo cuando una persona lo siente de manera profunda tanto en la mente, el alma y el corazón. El camino llegará a cada una de las personas cuando estén preparadas para verlo, iniciarlo y transitarlo. Algunos iniciarán su camino a los diecisiete, a los veinte, otros a los cuarenta y otros en la última etapa de su vida. Otros tardarán semanas, otros meses y otros siete años en recorrerlo (esto último es lo más usual), el tiempo no importa y cualquier edad, cualquier tiempo, es bueno recorrer el camino cuando estamos preparados para hacerlo, sea como fuere, los resultados serán siempre los mismos: el despertar revelador, el hallazgo de nuestro yo, el descubrimiento de nuestro propósito en la vida y en el mundo; y la verdad, esa verdad que es única y se comparte en todo el universo.