[...]La contribución de los medios de difusión masiva, en la medida en que tiene lugar básicamente a través de su operación de entretenimiento, es principal pero no únicamente, en téminos de procesos de “educación informal”, o de “aprendizaje incidental”.
Aquí hay ya un dato importante: En nuestras sociedades capitalistas, la principal función de la televisión es proveer entretenimiento y diversión, por sobre la información y la educación (en un sentido más estricto). En sus primeros años de vida, el ciudadano en ciernes desarrolla su identidad individual mediante la interacción social-familiar y la observación directa: nos han hablado los psicólogos sociales sobre la “introyección” de roles, proyección del “otro generalizado”, etcétera, especialmente en las interacciones directas. Pero también y cada vez más, a través de las historias que el sujeto ve y escucha en los medios, en particular en la televisión.
Dice Giovanni Sartori: Por encima de todo la verdad es que la televisión es la primera escuela del niño (la escuela divertida que precede a la escuela aburrida); y el niño es un animal simbólico que recibe su imprint, su impronta educacional, en imágenes de un mundo centrado en el hecho de ver.
Para enmarcar conceptualmente el papel de la televisión como generadora de una cultura política (socialización política), no es pertinente un enfoque con referencia al corto plazo, sino uno de mediano alcance. Por ejemplo, el enfoque sobre el “establecimiento de la agenda” (los temas de preocupación y conversación que proveen los medios, especialmente con respecto a la política) es un marco analítico de corto plazo.
Igualmente lo son los que sirven para evaluar la efectividad de alguna campaña política o de un programa puntual. El acercamiento de Giovani Sartori en su Homo Videns es de más largo alcance, casi de corte MacLuhiano en el sentido de que apunta cambios “antropogenéticos”, de orden “perceptivo-civilizacional”. De entre diversos enfoques teóricos que conozco, hay uno que toma en cuenta las influencias culturales de la televisión, en especial de la violencia televisiva, en el mediano y largo plazos.
Esta es la teoría del “cultivo” o de la enculturación, propuesta por George Gerbner.En Estados Unidos, tanto en las redes televisivas nacionales, como en las televisiones locales, se ha observado un incremento en la cobertura a noticias sobre crimen, en los programas de noticias. En los programas dramáticos, en las horas de mayor audiencia, el porcentaje de programas con violencia física abierta fue de 58 en 1974, 73 en 1984 y 75 en 1994.
El número de escenas violentas cada hora era de cinco; mientras tanto, en los programas infantiles del sábado por la mañana, las escenas de violencia ocurrían entre 20 y 25 cada hora. Comenta George Gerbner: La violencia es una demostración del poder. Su lección principal es mostrar rápida y dramáticamente, quién puede salirse son la suya, con qué y en contra de quién. Tal ejercicio define el poder de la mayoría y el riesgo de la minoría. Muestra cuál es el lugar de uno en el orden social de los picotazos (in the societal pecking order).
Desde 1967, Gerbner y sus colegas de la Universidad de Pennsylvania han estado haciendo análisis de contenido anuales de la programación televisiva estadounidense, dentro de un proyecto llamado de los “indicadores culturales”; y desde 1974 realizan encuestas en los estados unidos para explorar “las consecuencias de crecer y vivir con la televisión”.
La gran cantidad de violencia que se transmite por el medio ha cultivado, según los hallazgos de Gerbner y sus colegas, el “síndrome del mundo cruel” (mean world syndrome).
Es decir, que las personas que más televisión ven, y en consecuencia se exponen a más programas violentos, tienden a desarrollar la percepción de que el mundo “allá afuera” es altamente violento y cruel y, por lo tanto, tienden a mostrar altos índices de desconfianza en sus prójimos, especialmente aquellos que aparecen en la tele con mayor frecuencia como “los malos”; es decir, usualmente pertenecientes a las minorías latina y negra en el caso de Estados Unidos.
Aquellas personas que son consumidoras ávidas de televisión, consideran que se necesita mayor protección porque “no se puede confiar” en la mayoría de la gente y casi todo el mundo “busca su propio interés”. De aqui se pasa a la dependencia en algunos casos casi ciega, de las autoridades establecidas.
Estos rasgos son algunos de los que caracterizan al síndrome psicosocial de la “personalidad autoritaria”, que tiene su correspondencia central en el autoritarismo como rasgo de cultura política. Entre algunas de las implicaciones más directamente políticas del análisis del cultivo, se ha encontrado que quienes son espectadores ávidos de la televisión (y que por lo tanto suelen calificar alto en el “índice del mundo cruel”), sin importar si se autocalifican como conservadores o “liberales”, resultan en sus respuestas a una batería de preguntas ad hoc, más conservadores que quienes usan menos la TV: “Entre los espectadores muy asiduos, los liberales y los conservadores se asemejan mucho más entre sí que los espectadores poco frecuentes”.
Hallazgos similares han aparecido en otros lugares, por ejemplo, “los adolescentes argentinos que ven más televisión tienen más altas probabilidades de estar de acuerdo en que la gente debería obedecer a la autoridad, en aprobar el establecimiento de límites a la libertad de expresión y en pensar que si uno es pobre es culpa de uno mismo”.
Al parecer, los hallazgos de Gerbner y sus seguidores muestran que la violencia televisiva, y su consumo ávido, podrían estar cultivando en la sociedad rasgos psicosociales y de cultura política autoritarios, mismos que no “se llevan bien” con un proceso de transición a la democracia, y de esfuerzos por generar procesos de formación ciudadana cívica, en suma, una cultura política democrática. De hecho, no es la televisión la única fuente de imaginarios que conduzcan al “miedo social”, y contribuyan a ese posible síndrome psicosocial autoritario, especialmente en nuestros entornos urbanos contemporáneos, de suyo altamente violentos. Pero no parece haber duda de que ejercen un papel importante.
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