En una época donde la guerra estaba a la orden del día, surgía una serie de hombres en comunión con su Dios y su espíritu.
Unos hombres que hacían lo que predicaban conocidos como “los buenos cristianos” o Los Cátaros.
A pesar de que se hacías llamar los buenos cristianos y hacían reverencia al Dios cristiano, sus actos y actitudes ante la vida eran muy diferentes a los promulgados por la iglesia cristiana romana.
Los cátaros consideraban a la Iglesia de Roma, desorientada y perdida en su primitiva esencia, con que los primeros cristianos vivían su Fe, con sencillez, pobreza y humanismo, que según los cátaros, había perdido en gran manera, convirtiéndose en una religión, prepotente, intransigente, cuyos fieles vivían en continuo temor al castigo divino por cualquier falta o desvío de sus actos que pudiera reportarles la condenación de sus almas, estaban los cristianos obligados bajo pena de excomunión, obediencia ciega hacia los dogmas que la Iglesia, consideraba inamovibles.
En cuanto al nombre, cátaro, provendría del griego ‘katharos’, esto es, perfecto, que es el estado que los miembros de este movimiento esperaban alcanzar y que es, de hecho, uno de los grados de la jerarquía cátara.
Ellos creían en la dualidad, esa dualidad del bien y el mal que se viene dado desde tiempos remotos.
Consideraban que el cuerpo material era el fruto del mal, y que su espíritu o alma era la buena creación o creación del bien.
Los cátaros vivían en armonía, en comunidades hermanadas donde la mujer era considerada igual o más que el hombre.
No debían mentir nunca, marchaban siempre por parejas, debían dejarse la barba, que posteriormente suprimieron por causa de las persecuciones, vestían de negro cubriéndose la cabeza con la capucha del manto, dos cosas estas que también suprimieron por razón de seguridad.
Debían llevar siempre una bolsa donde guardaban el Evangelio de San Juan, una marmita para evitar si alguien les prestaba un recipiente para comer que pudiera contener restos de grasa ya que la tenían prohibida.
Debían respetar a los demás como fin para salvarse a si mismos. Los sueños eran interpretados como la manifestación de su alma.
Consideraban la Biblia, como un libro atroz y monstruoso por los relatos que contenían, crueles y llenos de sangrientas guerras que no respetaban a sus semejantes.
El signo de la cruz era igualmente rechazado por considerarlo una muerte ignominiosa, por lo tanto, no admitían la Eucaristía.
Vivían pobremente al estilo de los primeros cristianos, ayudando a todo aquel que lo necesitase.
Se sustentaban por su trabajo manual, que debía cada uno escoger de su preferencia y realizarlo con total perfección. Los únicos templos que se permitían era el mismo cuerpo, que debían purificarlo constantemente con ayunos, y mortificaciones, en donde residía el espíritu de Cristo. Creían en la transmigración del alma de unos cuerpos a otros, al igual que la metempsicosis de los hindúes.
No tenían iglesias ni propiedades, no adoraban imágenes y casi no tenían símbolos.
Una creencia paralela a la de la iglesia cristiana y que cumplía lo que realmente decían los textos sagrados no le hacía mucha gracia al papado ni congeniaba con los verdaderos propósitos de la iglesia cristiana romana.
Fue entonces mediante cartas de algunos reyes, y sobretodo mediante el visto bueno de la iglesia cristiana y la comunidad papal de aquel entonces cuando comenzó el exterminio de esta creencia hereje.
En el Concilio de Reims (1148), puede que se refiriera a ellos cuando acusa de cómplices a aquellos que dejen residir a los herejes en sus dominios. El Concilio III de Letrán (1179), articula medidas contra ellos y contra quienes tengan tratos con ellos, mientras que en 1163, Eckbert, abad de Schönau, escribía ya los Trece Sermones contra los Cátaros.
En julio de 1209, en Béziers murieron cerca de 30.000 personas, fue toda una matanza en la que ni los mayores, niños ni mujeres se salvaron. Raimond Roger Trencavel, mandó reorganizar nuevamente a sus vasallos dentro de la fortaleza. En agosto de 1209, la ciudad cayó en manos de Montfort.
Y la persecución a estos fieles creyentes se abultó considerablemente con la llegada de la Inquisición, en donde todos o prácticamente todos fueros llevados a la horca o quemados en hogueras.
En un principio fue difícil la investigación de los cátaros, debido a la persecución sufrida, que los diezmó físicamente, destruyendo además en gran manera todo documento que pudiera dar alguna luz realista sobre esta herejía. Algo que recuerda mucho a la Biblioteca de Alejandría, donde fueron destruidos miles y miles de papiros de incalculable conocimiento.
Así es como actúa la iglesia cristiana cuando alguien se interpone a su paso o se entromete en sus propósitos. Destruyendo por completo cualquier vestigio de humanidad, sabiduría y conocimiento.
Y lo más triste de todo esto es que aunque la historia de los cátaros de remonte al año 1.200, la iglesia hoy en día continúa aniquilando, destruyendo y ocultando.
Lobos con piel de cordero.
Un saludo
Unos hombres que hacían lo que predicaban conocidos como “los buenos cristianos” o Los Cátaros.
A pesar de que se hacías llamar los buenos cristianos y hacían reverencia al Dios cristiano, sus actos y actitudes ante la vida eran muy diferentes a los promulgados por la iglesia cristiana romana.
Los cátaros consideraban a la Iglesia de Roma, desorientada y perdida en su primitiva esencia, con que los primeros cristianos vivían su Fe, con sencillez, pobreza y humanismo, que según los cátaros, había perdido en gran manera, convirtiéndose en una religión, prepotente, intransigente, cuyos fieles vivían en continuo temor al castigo divino por cualquier falta o desvío de sus actos que pudiera reportarles la condenación de sus almas, estaban los cristianos obligados bajo pena de excomunión, obediencia ciega hacia los dogmas que la Iglesia, consideraba inamovibles.
En cuanto al nombre, cátaro, provendría del griego ‘katharos’, esto es, perfecto, que es el estado que los miembros de este movimiento esperaban alcanzar y que es, de hecho, uno de los grados de la jerarquía cátara.
Ellos creían en la dualidad, esa dualidad del bien y el mal que se viene dado desde tiempos remotos.
Consideraban que el cuerpo material era el fruto del mal, y que su espíritu o alma era la buena creación o creación del bien.
Los cátaros vivían en armonía, en comunidades hermanadas donde la mujer era considerada igual o más que el hombre.
No debían mentir nunca, marchaban siempre por parejas, debían dejarse la barba, que posteriormente suprimieron por causa de las persecuciones, vestían de negro cubriéndose la cabeza con la capucha del manto, dos cosas estas que también suprimieron por razón de seguridad.
Debían llevar siempre una bolsa donde guardaban el Evangelio de San Juan, una marmita para evitar si alguien les prestaba un recipiente para comer que pudiera contener restos de grasa ya que la tenían prohibida.
Debían respetar a los demás como fin para salvarse a si mismos. Los sueños eran interpretados como la manifestación de su alma.
Consideraban la Biblia, como un libro atroz y monstruoso por los relatos que contenían, crueles y llenos de sangrientas guerras que no respetaban a sus semejantes.
El signo de la cruz era igualmente rechazado por considerarlo una muerte ignominiosa, por lo tanto, no admitían la Eucaristía.
Vivían pobremente al estilo de los primeros cristianos, ayudando a todo aquel que lo necesitase.
Se sustentaban por su trabajo manual, que debía cada uno escoger de su preferencia y realizarlo con total perfección. Los únicos templos que se permitían era el mismo cuerpo, que debían purificarlo constantemente con ayunos, y mortificaciones, en donde residía el espíritu de Cristo. Creían en la transmigración del alma de unos cuerpos a otros, al igual que la metempsicosis de los hindúes.
No tenían iglesias ni propiedades, no adoraban imágenes y casi no tenían símbolos.
Una creencia paralela a la de la iglesia cristiana y que cumplía lo que realmente decían los textos sagrados no le hacía mucha gracia al papado ni congeniaba con los verdaderos propósitos de la iglesia cristiana romana.
Fue entonces mediante cartas de algunos reyes, y sobretodo mediante el visto bueno de la iglesia cristiana y la comunidad papal de aquel entonces cuando comenzó el exterminio de esta creencia hereje.
En el Concilio de Reims (1148), puede que se refiriera a ellos cuando acusa de cómplices a aquellos que dejen residir a los herejes en sus dominios. El Concilio III de Letrán (1179), articula medidas contra ellos y contra quienes tengan tratos con ellos, mientras que en 1163, Eckbert, abad de Schönau, escribía ya los Trece Sermones contra los Cátaros.
En julio de 1209, en Béziers murieron cerca de 30.000 personas, fue toda una matanza en la que ni los mayores, niños ni mujeres se salvaron. Raimond Roger Trencavel, mandó reorganizar nuevamente a sus vasallos dentro de la fortaleza. En agosto de 1209, la ciudad cayó en manos de Montfort.
Y la persecución a estos fieles creyentes se abultó considerablemente con la llegada de la Inquisición, en donde todos o prácticamente todos fueros llevados a la horca o quemados en hogueras.
En un principio fue difícil la investigación de los cátaros, debido a la persecución sufrida, que los diezmó físicamente, destruyendo además en gran manera todo documento que pudiera dar alguna luz realista sobre esta herejía. Algo que recuerda mucho a la Biblioteca de Alejandría, donde fueron destruidos miles y miles de papiros de incalculable conocimiento.
Así es como actúa la iglesia cristiana cuando alguien se interpone a su paso o se entromete en sus propósitos. Destruyendo por completo cualquier vestigio de humanidad, sabiduría y conocimiento.
Y lo más triste de todo esto es que aunque la historia de los cátaros de remonte al año 1.200, la iglesia hoy en día continúa aniquilando, destruyendo y ocultando.
Lobos con piel de cordero.
Un saludo
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