El nombre más común del peyote viene de la voz náhuatl peyotl; los tarahumaras lo llaman ciguri; los tepehuanis, kamaba; los huicholes, hikuri; los coras, hualari; y los comanches, wokow.
Al peyote seco se le conoce también como botón de peyote. Catalogado como una droga cuyo consumo está prohibido en numerosos países, el peyote es para los indios mexicanos una planta de sabiduría y sanación. Pero sus virtudes terapéuticas no sirven para evadirse del aburrimiento o el dolor, sino para bucear en los niveles más profundos de nuestro ser.
Al despertar en Real de Catorce sentí la inquietud de quién está dispuesto a enfrentarse a una nueva experiencia: unos viajeros que había conocido en el hotel me habían invitado a compartir botones depeyote durante el transcurso del camino hacia la cumbre del Cerro Quemado, sagrado lugar de encuentro para los huicholes.
Como si en las euforbias, hormigas o cuarzos hubiera un ser común y esencial, una vida, sujeta a cielos de expansión y contracción, idéntica a la mía. Necesitaba estar a solas y me senté en un risco, cara a la cordillera antes triste y árida, y ahora rica en secretos que deseaba arrancar. Mis razonamientos eran lúcidos, aunque más lentos que de costumbre, y traté de recordar la lista de preguntas que tenía preparadas por si acaso el peyote se me revelaba como una entidad. Pero una voz interior repetía "calla y observa".
Antes de que llegaran los conquistadores los indios de todo México celebraban grandes mitotes, o ceremonias rituales, durante los que ingerían el peyote con diversas finalidades: invocación de la lluvia, caza del venado, dar valor a los guerreros, comunicarse con los dioses o curar males físicos y espirituales.
La preparación para emprender la cacería incluye la confesión y la purificación rituales. Al llegar ante las sagradas montañas de Wirikuta, los peregrinos reciben un baño ritual y realizan plegarias en favor de la fertilidad y la lluvia; posteriormente el chamán inicia una serie de prácticas ceremoniales, relata historias sobre la antigua tradición del peyote, invoca protección para lo que ha de venir y conduce a los participantes hasta los "umbrales cósmicos" donde sólo él puede ver las huellas del venado.
En lugar de las comunes espinas cactáceas, el peyote presenta unos suaves pelos blancos por lo que los indios lo llaman también "el abuelo", y al lugar donde crece "Patio de los abuelos". El venerable patio está situado entre dos cadenas montañosas que distan entre sí unos 45 kilómetros: Wiricuta y Tsinuríta. Se dice que los picos de ambas cadenas son los hogares de los Kakuayaríxi o dioses ancestrales.
En medio de esta congregación de resplandecientes colinas se halla Real de Catorce, un pueblo que, hasta finales del siglo XIX, fue el más próspero de la región por sus minas de plata, y que hoy es la meca de peregrinos atraídos por experiencias visionarias. Un hotel y varias pensiones o viejas casas para alquilar dan cobijo al turista. "Al ver este villorrio fantasmal –dice el periodista Juan E. Hernández, que ha estado varias veces en el lugar-, nadie podría decir que aquí vivieron entre quince y cuarenta mil personas. Real fue como Manaos (Brasil), un lugar donde los ricos organizaban fiestas y recitales de ópera".
El pueblo huichol continuó realizando sus peregrinaciones en el tiempo de bonanza de los yacimientos, pero pasaban inadvertidos ante los numerosos mineros ocupados en perforar la tierra. No ocurre así desde que, a principios de siglo, el peyote se convirtiera en objeto de estudio para un tipo diferente de aventureros: los exploradores de la mente a la búsqueda de "otras realidades" que, con sus investigaciones y experiencias, han tratado de devolver a las
Al peyote seco se le conoce también como botón de peyote. Catalogado como una droga cuyo consumo está prohibido en numerosos países, el peyote es para los indios mexicanos una planta de sabiduría y sanación. Pero sus virtudes terapéuticas no sirven para evadirse del aburrimiento o el dolor, sino para bucear en los niveles más profundos de nuestro ser.
Por eso las desérticas
tierras del pueblo de Real de Catorce, donde crece este singular cactus, se han
convertido en las últimas décadas en un punto de destino obligado por los
exploradores de la mente.
Al despertar en Real de Catorce sentí la inquietud de quién está dispuesto a enfrentarse a una nueva experiencia: unos viajeros que había conocido en el hotel me habían invitado a compartir botones depeyote durante el transcurso del camino hacia la cumbre del Cerro Quemado, sagrado lugar de encuentro para los huicholes.
Mientras
subíamos la empinada ladera ingeríamos los cactus. Había que despojarlos de su
característicos "pelos blancos" y desmembrar sus gajos con los dedos. Su carne
verde parecía latir en silencio, dueña de un conocimiento secreto, pero en la
boca su tacto era desagradablemente pulposo y su sabor, muy amargo, recordaba al
de la clorofila. Era necesario ayudarse con grandes tragos de agua y mi estómago
empezaba a protestar con síntomas de náuseas, pese a lo que logré tomar casi
cuatro botones enteros antes de llegar a la cima.
Una vez arriba, sentí una gran presión en las sienes que atribuí a la altura. Estaba algo aturdida, pero intenté explorar mis sensaciones para detectar los efectos de la planta, y desilusionada comenté: "la verdad, no siento nada diferente". Uno de los excursionistas respondió: "pues yo sí, lo siento aquí", y al decirlo se tocó las rodillas. Pensé que se burlaba, pero de pronto, al mirar hacia el valle, supe porqué lo decía: habíamos remontado mil cuatrocientos metros sin darme cuenta del tiempo, ni del gran esfuerzo desarrollado. Esa compresión hizo girar una llave en mi conciencia y descubrí un desierto oculto hasta entonces a mi percepción.
Una vez arriba, sentí una gran presión en las sienes que atribuí a la altura. Estaba algo aturdida, pero intenté explorar mis sensaciones para detectar los efectos de la planta, y desilusionada comenté: "la verdad, no siento nada diferente". Uno de los excursionistas respondió: "pues yo sí, lo siento aquí", y al decirlo se tocó las rodillas. Pensé que se burlaba, pero de pronto, al mirar hacia el valle, supe porqué lo decía: habíamos remontado mil cuatrocientos metros sin darme cuenta del tiempo, ni del gran esfuerzo desarrollado. Esa compresión hizo girar una llave en mi conciencia y descubrí un desierto oculto hasta entonces a mi percepción.
Como si en las euforbias, hormigas o cuarzos hubiera un ser común y esencial, una vida, sujeta a cielos de expansión y contracción, idéntica a la mía. Necesitaba estar a solas y me senté en un risco, cara a la cordillera antes triste y árida, y ahora rica en secretos que deseaba arrancar. Mis razonamientos eran lúcidos, aunque más lentos que de costumbre, y traté de recordar la lista de preguntas que tenía preparadas por si acaso el peyote se me revelaba como una entidad. Pero una voz interior repetía "calla y observa".
Me resistía
a hacerlo cuando una sencilla frase se alzó en mi mente como respuesta a todas
mis dudas. Obtuve así mi revelación personal y después dejé de pensar, o de
hacerlo con palabras.
Pasé el día caminando, dejándome penetrar por los vívidos colores de aquellas tierras. El azul ceniza de antiguas vetas minerales se mezclaba con la arcilla y el yeso, dispersándose en líneas iridiscentes y efímeras, mensajes cifrados sobre el nacimiento del mundo.
Al atardecer sorprendí en las caras de mis compañeros una sonrisa apacible y, en su mirada, un resto de oro líquido que el peyote o el poniente habían depositado. Después ya en la penumbra del crepúsculo, descendimos hacia Real "cuyas luces -¿oí decir a alguien?- competían en resplandor con las luces de las estrellas". Repetí la experiencia durante varios días, y cada vez me sentí más fundida con la Naturaleza, la tierra y la luz del lugar.
Pasé el día caminando, dejándome penetrar por los vívidos colores de aquellas tierras. El azul ceniza de antiguas vetas minerales se mezclaba con la arcilla y el yeso, dispersándose en líneas iridiscentes y efímeras, mensajes cifrados sobre el nacimiento del mundo.
Al atardecer sorprendí en las caras de mis compañeros una sonrisa apacible y, en su mirada, un resto de oro líquido que el peyote o el poniente habían depositado. Después ya en la penumbra del crepúsculo, descendimos hacia Real "cuyas luces -¿oí decir a alguien?- competían en resplandor con las luces de las estrellas". Repetí la experiencia durante varios días, y cada vez me sentí más fundida con la Naturaleza, la tierra y la luz del lugar.
En el alto desierto del noroeste de San Luis de Potosí (Matehuala, México), a 1.700 metros de altitud, protegido por arbustos de gobernadora y vigilado por las sagradas montañas de Wirikuta, crece lenta, casi imperceptiblemente, el cactus visionario denominado científicamente como Lophophora wiliamsii. Los indios huicholes, que consideran la planta morada de deidades y símbolo de vida, lo llaman peyote o híkuri.
Antes de que llegaran los conquistadores los indios de todo México celebraban grandes mitotes, o ceremonias rituales, durante los que ingerían el peyote con diversas finalidades: invocación de la lluvia, caza del venado, dar valor a los guerreros, comunicarse con los dioses o curar males físicos y espirituales.
Este cactus
azul verdoso era, junto con el maíz y el venado, parte de su trinidad
alimentaria y, a pesar de su amargo sabor, lo utilizaban para aderezar ensaladas
o como fuente de inspiración de los adornos de su ropa y artesanía, vivo reflejo
de las cromáticas imágenes experimentadas bajo los efectos de la mescalina, uno
de los alcaloides del peyote.
Los misioneros católicos, sin embargo,
condenaron la veneración del hícuri como cosa del diablo, y los mitotes pasaron
a la clandestinidad, mientras los pueblos peyoteros perseguidos, se ocultaron en
lugares inaccesibles. Sólo el pueblo tarahumara, el cora, el tepehuani y el
huichol han preservado el culto de la planta, cuyo consumo y recolección sigue
siendo hoy su más importante ceremonia colectiva.
Dentro del enorme territorio que ocupa el país mexicano, el peyote germina únicamente en el desierto de Sonora, donde viven los indios tarahumara, y en el semidesierto de Wirikuta. Este ultimo es lugar obligado de peregrinación para el pueblo huichol que, cada año, recorre para llegar a él 550 kilómetros desde la Sierra Madre Occidental de Durango, al suroeste de México.
Dentro del enorme territorio que ocupa el país mexicano, el peyote germina únicamente en el desierto de Sonora, donde viven los indios tarahumara, y en el semidesierto de Wirikuta. Este ultimo es lugar obligado de peregrinación para el pueblo huichol que, cada año, recorre para llegar a él 550 kilómetros desde la Sierra Madre Occidental de Durango, al suroeste de México.
La preparación para emprender la cacería incluye la confesión y la purificación rituales. Al llegar ante las sagradas montañas de Wirikuta, los peregrinos reciben un baño ritual y realizan plegarias en favor de la fertilidad y la lluvia; posteriormente el chamán inicia una serie de prácticas ceremoniales, relata historias sobre la antigua tradición del peyote, invoca protección para lo que ha de venir y conduce a los participantes hasta los "umbrales cósmicos" donde sólo él puede ver las huellas del venado.
Cuando localiza el peyote, lanza
una flecha que va a dar al cacto. Entonces se lleva a cabo una ofrenda y todos
buscan más peyote y llenan varias canastas para compartirlo con los que se
quedaron en casa y para vendérselo a coras y tarahumaras que, aunque usan el
peyote, no suelen ir en su búsqueda. Por la noche tiene lugar el rito a través
del cual los cazadores del peyote entran en contacto con las Primeras Gentes. Se
colocan cuatro flechas apuntando hacia los cuatro puntos cardinales y justo a la
media noche se enciende una fogata.
El chamán
bendice tabaco tocándolo con plumas antes de distribuirlo entre
los participantes. Después de fumar tabaco, cada uno ingieren entre 8 y 13 gajos de hikuri.
Todos encienden velas y murmuran plegarias mientras el chamán se comunica con
los elementos y maneja kupuri (fuerza de energía vital). Se inicia
entonces "el peligroso tránsito hacia el otro mundo". Este paso consta de dos
etapas: "la primera es el puente hacia las nubes estruendosas y la segunda, la
separación de las nubes.
Esto no representa un lugar en la Tierra sino que
pertenece a la "geografía de la mente"; para los participantes, pasar de una
etapa a otra es un evento lleno de emoción… la cacería del peyote es un regreso
a Wirikuta, al paraíso, al arquetípico principio y final de un pasado
mitológico."
Un
chamán huichol
busca entrar en contacto con la divinidad a fin de obtener visiones del pasado
que le permitan adquirir conocimiento para orientar su vida y ayudar a los
demás. Su meta última es un clarísimo ejemplo de sabiduría: dejar de contactar a
la divinidad a través del peyote, toda vez que aprenda a quedarse con él en su
interior.
A sus más de
ochenta años un renombrado chamán huichol,
Don José Matsúwa, le confió a su aprendiz Prem Das: "El camino del
mara'akame [chamán] nunca termina. Yo soy un viejo y sin embargo sigo
siendo un nunutsi [bebé] frente al misterio del mundo." Ramón Medina
Silva, otro chamán
huichol
entrevistado por la antropóloga Barbara Myerhoff, dice: "Todos nuestros
símbolos, el venado, el peyote, el maíz de cinco colores, todos los que has
visto ahí en Wirikuta, cuando vamos a cazar el peyote, son bellos. Y son bellos
porque son verdaderos."
En lugar de las comunes espinas cactáceas, el peyote presenta unos suaves pelos blancos por lo que los indios lo llaman también "el abuelo", y al lugar donde crece "Patio de los abuelos". El venerable patio está situado entre dos cadenas montañosas que distan entre sí unos 45 kilómetros: Wiricuta y Tsinuríta. Se dice que los picos de ambas cadenas son los hogares de los Kakuayaríxi o dioses ancestrales.
En medio de esta congregación de resplandecientes colinas se halla Real de Catorce, un pueblo que, hasta finales del siglo XIX, fue el más próspero de la región por sus minas de plata, y que hoy es la meca de peregrinos atraídos por experiencias visionarias. Un hotel y varias pensiones o viejas casas para alquilar dan cobijo al turista. "Al ver este villorrio fantasmal –dice el periodista Juan E. Hernández, que ha estado varias veces en el lugar-, nadie podría decir que aquí vivieron entre quince y cuarenta mil personas. Real fue como Manaos (Brasil), un lugar donde los ricos organizaban fiestas y recitales de ópera".
El pueblo huichol continuó realizando sus peregrinaciones en el tiempo de bonanza de los yacimientos, pero pasaban inadvertidos ante los numerosos mineros ocupados en perforar la tierra. No ocurre así desde que, a principios de siglo, el peyote se convirtiera en objeto de estudio para un tipo diferente de aventureros: los exploradores de la mente a la búsqueda de "otras realidades" que, con sus investigaciones y experiencias, han tratado de devolver a las
prácticas indias toda su
dignidad.
Richar
Heffern, por su parte, ofrece en Secrets of the Mind altering plants of
Mexico una detallada descripción respecto a los efectos que opera el buen
cacto sobre la conciencia:
Quería que mi primera experiencia con peyote fuera perfecta en cada detalle, así es que la planeé tan cuidadosamente como pude. Mi acompañante y yo decidimos dormir la mayor parte del día para estar alerta por la noche… deliberadamente escogimos una noche de luna llena para no necesitar luz artificial… Aproximadamente una hora antes del atardecer ingerimos cada uno el equivalente a 500 miligramos de mescalina. Alrededor de 40 minutos después... caminé cuesta abajo hasta llegar a un nopal y de pronto tuve la extraña sensación de que sería muy descortés pasar junto a la planta sin saludarla. En esos momentos, la planta era tan importante como yo. Ambos - la planta y yo - estábamos en esta tierra juntos, y además de este hecho, me embargaba el sentimiento de que existía un vínculo entre nosotros. Estábamos "en esto" juntos… Durante toda la experiencia, hubo un pronunciado regocijo. Sentía que estaba parado más erectamente que de costumbre; sentía un gran orgullo por ser una criatura viviente. En esos momentos, la conciencia de estar vivo me parecía suficiente para ser completamente feliz. Al mismo tiempo, parecía que me quedaba muy poco "ego"; sentía que era una pequeña parte de un todo mucho más grande. Estaba en la tierra para vivir, para experimentar, para aprender. El mundo alrededor mío era un gran lugar sagrado - un lugar que debía ser reverenciado y respetado. Ahora que lo veo a distancia... me pregunto si las cosas habrían sido diferentes de haber estado rodeado de un ambiente urbano en el que prevalecieran las cosas hechas por el hombre… De alguna manera, sentí un gran desamparo. Me sentí como un niño en un mundo extraño, poco familiar pero fascinante. Sentí que estaba aprendiendo todo de nuevo, por así decirlo… La cresta de la experiencia pareció venir después de las cuatro horas, aunque era muy difícil estar conciente del paso del tiempo. En algún punto, parecía que en verdad podía sentir la rotación de la tierra sobre su propio eje, un fenómeno que ocurre constantemente, aunque la vida parece insensible a esta clase de movimiento. Era una noche de neblina, y la niebla parecía tomar la forma de un dragón enorme, iluminado por la luna… En algún punto indiscernible, una suerte de retrospectiva se convirtió en el aspecto dominante de la experiencia. Era como si mi mente estuviera tratando muy duro, en otro nivel, de encontrar el significado de la experiencia completa. Tenía un conocimiento intuitivo de que la experiencia tenía un gran significado y yo no estaba siendo capaz de captar la totalidad de su significado… En los días que siguieron, pensé muchas veces en todo lo que había pasado, ya que lleva algo de tiempo comprenderlo todo.
1 comentario:
que significan los ojos al centro de la ultima imagen,porque mi esperiencia tuve unas viciones con esos ojos no dejaban de mirarme y estaban en todos lados
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