“Los ovnis y los desastres naturales”. Así retituló Crónica TV un viejo programa donde Pinky y Lucho Avilés entrevistan al “profesor”Pedro Romaniuk en el ciclo “El pueblo quiere saber”, emitido allá por el año 1988, justo después de la única visita que hizo Claude “Rael” Vorilhon a la Argentina, cuando dio una charla en el estadio Obras Sanitarias.
El título es oportunista, acaso sin la
desgraciada catástrofe humanitaria en Japón no hubiésemos vuelto a ver este
programa. Fue impactante haber visto a Romaniuk tan joven, tan asertivo y tan
sudorosa su calva fantasiosa. Casi de un soplo don Pedro suelta todos los temas
que leí en sus libros, sus entrevistas y nuestros encuentros poco programados,
el camino que recorrí antes de Profeta mirando al Sudeste, el cuarto capítulo de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina, que escribí cuando Romaniuk vivía y cuya muerte, el 21 de febrero de 2009, me obligó a añadir una nota al límite de la imprenta.
Ya no pensé que su discurso
supercalifragilístico, y un puñado de verdades intergalácticas que solo captarán
mentes preparadas, me iba a conmover (lástima no haber estado ahí para hacer
alguna pregunta inconveniente): niños superdotados que asombran a sus padres por
sus superpoderes, hombres humildes elegidos por los extraterrestres por su
“pureza” para recibir su mensaje, la aplastante realidad de seres de otros
mundos encadenados en citas en inglés de supuestos científicos que le contaron
la posta a él y a nadie más que a él, junto con otros datos absolutamente
fidedignos de sitios y experiencias extraordinarias, que solo Romaniuk sabe y el
pueblo, que quiere saber, debe resignarse a creer: ante la autoridad de Romaniuk
se ha manifestado la Verdad y él la revela sin chistar, con la seguridad del
loco, pero ¿qué clase de loco ocupa el centro de un programa de televisión?
De pronto, las preguntas adulonas sobre lo que Romaniuk
“sabe” dejan paso a otras donde chisporrotea el escepticismo. “¿Esto no es un
poco fantasioso, profesor?”, atiza el parche Lucho. A una chica le preocupa que
no se sepa de dónde saca lo que dice, pero todavía no se anima a desconfiar. Y,
en eso, brilla la prematura pelada justiciera de un jovial Luis Burgos,
presidente de la Fundación Argentina de Ovnilogía, quien inesperadamente ¡le
pide pruebas! Romaniuk, seguro en el altar de su pseudociencia religiosa, no se
las da, o la patea a un destacamento militar de la Fuerza Aérea de los Estados
Unidos, más o menos como hace Burgos ahora con sus naves
perfectamente invisibles.
La orientación religiosa del relato de Romaniuk,
que para mí y para otros cuantos es tan obvia, no parece visible para buena
parte del público que pregunta, inmerso en el mismo universo de sentidos
cósmicos.
El fin del mundo, en definitiva, no es el fin del
mundo sino el final de una era, dice Don Pedro, pero el hombre había sellado su
destino con la bomba atómica, porque en su alma envilecida por la tecnología
anida el Mal y no tiene otro destino posible, salvo salvar hombres buenos,
santos y rubios (y tal vez algunas mujeres). Si le preguntan y entonces en qué
quedamos, él pateará la duda a cualquier ángulo o dedicará una sonrisita
sobradora o evolucionada o tratará de despistar con otra pregunta.
Don Romaniuk también presenta una
filmación “realizada por el coronel Wendelle Stevens” (aunque ella procede de la
cantera fotográfica de su socio, el contactado con seres de Las Pléyades Billy Meier) y, si bien a nadie le llama la atención la
oscilación tosca del platillo alrededor del árbol, que desnuda el infantil
fraude, una Pinky hasta entonces poco maliciosa desliza que las naves
de Star Wars son más convincentes.
Ya por esas fechas, los emisarios del Todo
Poderoso eran seres superiores que venían para rescatar a la parte sana de la
humanidad. Ante la mera mención de la posibilidad contraria Don Pedro no vacila
en anular la sexualidad extraterrestre, cuya cópula es de órden mental. Después
de todo -aclara- María parió virgen. Avilés ve que para “el profesor” no había
diferencias entre dios y los extraterrestres. La irritación del conductor se
torna evidente: Romaniuk había osado tocar el dogma de la Inmaculada Concepción.
“¿Entonces usted quiere decir que la virgen María fue fecundada por un E.T.?”.
Avilés le pide “credibilidad”. A esa altura, ruego más incongruente era
inimaginable.
¿Valió la pena ver el programa hasta el final?
Sí, sobre todo para ver cómo Avilés y Pinky detectaron el clasismo implícito en
el cristianismo extraterrizado que profesaba Romaniuk. “Entonces ellos solo se
van a llevar a los que tienen aura o no se cuántos millones de neuronas”,
plantearon. “¿Qué va a pasar con el resto de los mortales?”.
Romaniuk contestó con un epitafio: “Que Dios se
apiade de sus almas”.
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