domingo, 9 de septiembre de 2012

La Historia: Herodoto, es reconocido como el Padre de la Historia

Un griego que vivió entre los años 484 - 425 antes de Jesucristo. O sea, hace 2 mil 400 años, este griego andaba viajando por todo el mundo conocido: Grecia, Egipto, Fenicia, Palestina, Tracia, Babilonia, el país de los etruscos en Italia, Persia, norte de África, Turquía, Crimea, hasta la India…

Geográficamente describe de una forma exquisita el corrido del rio Danubio y los ríos que desembocan en el Mar Negro, en la Escitia…, y tres o cuatro veces alude y enfatiza que la tierra es  redonda.
Herodoto dividía el mundo en griegos y bárbaros, y bajo este punto de vista describe la invasión persa y la batalla del Paso las Termopilas, estos hechos son conocidos como Guerras Médicas, entre Grecia y Persia, que sucedió 500 años antes de Cristo.


Cicerón (106-43 antes de Cristo) fue el primero en llamarlo "Padre de la Historia", y desde entonces Herodoto de Halicarnaso así es por siempre reconocido, llevó anotaciones de sus viajes y de los sucesos que le relataban los nativos de las regiones, con el cual publicó su clásico libro. Más tarde este libro fue dividido en nueve libros y a cada libro se le asignó el nombre de una de las nueve musas de la Mitología Griega.
Cuando tenía 16 años leí mi primer libro completo: la Odisea de Homero, y luego el segundo: la Ilíada, el cual me fascinó aún más. Antes de los 16 años solo leí paquines de Supermán, el Llanero Solitario, etcétera... ¡Ah! Y las novelas del Santo, el enmascarado de plata… Pero estos dos libros de Homero volcaron mi entusiasmo por la historia y la literatura.

Una vez platicando con mi papá sobre la veracidad de la Ilíada, yo le exponía los hallazgos arqueológicos del alemán Heinrich Schliemann en Turquía, a finales del siglo XIX, como prueba contundente de la autenticidad de los relatos de Homero, quien, siendo ciego y a falta de lenguaje escrito, dicen sus biógrafos, ¡sabía y cantaba los libros de memoria!..., mi tata, un buxo para estos volados, aunque satisfecho por mi nuevo entusiasmo, me dio la primera gran lección al leer eventos históricos: me dijo nunca creyera de "primas a primera" todo lo que leía.

Al día siguiente me regaló "los Nueve Libros de la Historia" de Herodoto.

Pero en este Fragmento de la obra de Herodoto que hoy les traigo, el historiador griego tiene la audacia de poner en tela de juicio la veracidad del rapto de Helena y la guerra y sitio de Troya cantada por Homero.
“… me veo en el deber de referir lo que se me cuenta, pero no a creérmelo todo a rajatabla; esta afirmación es aplicable a la totalidad de mi obra”… así se cubre Herodoto de implicaciones que puedan traer sus relatos y descripciones de los hechos históricos.

En su viaje a Egipto, el autor escribió este pasaje donde juzga la versión homérica de la Guerra de Troya y el rapto de Helena... Sucesos inmortalizados en los 20 mil himnos de Homero:

(Palabras en paréntesis son informaciones mías)

CXVIII.
Pero dejemos cantar a Homero, y mentir a los versos ciprios; que no es poeta quien no sabe fingir. Preguntados por mí los sacerdotes (egipcios) sobre si era fábula lo que cuentan los griegos de la guerra de Troya, me contestaron con la siguiente narración, que decían haber salido de boca del mismo Menelao, de quien se tomaron en el país noticias del suceso: Después del rapto de Helena, una armada griega poderosa había pasado a la Téucrida (Troya) para auxiliar a Menelao y hacer valer sus pretensiones. Los griegos, saltando a tierra y atrincherados en sus reales, ante todo enviaron a Ilión sus embajadores en compañía del mismo Menelao, quienes, introducidos dentro de la plaza, pidieron se les restituyera Helena y los tesoros que en su rapto les había hurtado Alejandro (Paris), y que se les diera al mismo tiempo cabal satisfacción de la injuria por él cometida; pero los troyanos, entonces y después, siempre que fueron requeridos, de palabra y con juramentos respondían que no tenían en su ciudad a Helena, ni en su poder los tesoros mencionados; que aquélla y éstos se hallaban detenidos en Egipto, y que no parecía justo ni razonable salir responsables y garantes de las prendas que el rey egipcio tenía interceptadas. Los griegos, tomando la respuesta por un nuevo engaño con que se les quería insultar, no levantaron el sitio puesto a la ciudad hasta tomarla a viva fuerza; mas después de tomada la plaza, no pareciendo Helena, y oyendo siempre la misma relación de los troyanos, se convencieron al cabo de lo que decían y de la verdad del suceso, y enviaran a Menelao para que se presentase a Proteo (rey de Egipto). CXIX.

llega Menelao al Egipto, sube río arriba hasta Menfis, y hace una sincera narración de todo lo sucedido. Proteo no sólo lo hospeda en casa y regala magníficamente, sino que le restituye a Helena sin desdoro en su honor, y sus tesoros sin pérdida ni menoscabo. Mas a pesar de tantas honras y favores como allí recibió Menelao, no dejó de ser ingrato y aún malvado con los egipcios, pues no pudiendo salir del puerto, como deseaba, por serle contrarios los vientos, y viendo que duraba mucho la tempestad, se valió para aplacarla de un modo cruel y abominable, que fue tomar dos niños de unos naturales del Egipto partirlos en trozos y sacrificarlos a los vientos. Sabido el impío sacrificio y la inhumanidad de Menelao, huyó éste con sus naves hacia Libia (entonces país Fenicio), abominado y perseguido por los egipcios. Qué rumbo desde allí siguiese, no pudieron decírmelo; pero añadían que lo referido, parte lo sabían de oídas, parte lo vieron por sus ojos, y que de todo podían ser fieles testigos, y he aquí lo que en suma me refirieron los sacerdotes egipcios.

CXX.
A la verdad, por lo que respecta a Helena, doy entero crédito a su narración, tanto más, cuanto creo que si a la sazón se hubiera hallado en Troya, fuera restituida a los griegos, aun a pesar de Alejandro, pues ni Príamo hubiera sido tan necio, ni sus hijos y demás deudos tan insensatos, que sólo porque aquél gozara de su Helena, pusiesen a riesgo de balde sus vidas y las de sus hijos, y la salud y existencia del Estado. Pero concedamos que al principio de la contienda tomaran el partido de no restituirla; no dudo que al ver caer tanto troyano combatiendo con los griegos; al ver Príamo muertos en las refriegas no uno u otro sino los más de sus hijos, pues morir los veía si se ha de dar crédito a los poetas, a vista de tales destrozos y tamañas pérdidas como les iban sucediendo, no dudo, repito, aun cuando el mismo Príamo fuera el amante de Helena, que a trueque de librarse de tantos desastres como entonces le oprimían, la volviera por fin en hora mala a los aqueos. Ni se diga que los negocios públicos dependían del capricho de un príncipe enamorado, por tocar a Alejandro la corona en la vejez de Príamo; pues no es así: el grande Héctor, primogénito del Rey, y héroe do otras prendas y valor que Alejandro, era el príncipe heredero del cetro, y no parece verosímil que permitiera impunemente a su hermano menor una resistencia y obstinación tan inicua y perniciosa, y más tocando con las manos las calamidades que de ellas resultaban contra sí mismo y contra el resto de los troyanos. Así que, no teniendo éstos a Helena, mal podían restituirla, y aunque decían la verdad, no les daban crédito los griegos. Ordenándolo así la Providencia a decir lo que siento, con la mira de hacer patente a los mortales en la ruina total de Troya, que por fin al llegar el plazo hace Dios un castigo horroroso y ejemplar de atroces y enormes atentados; y así juzgo de este suceso...

Tamen
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