Un griego que vivió entre los años 484 - 425 antes de Jesucristo. O sea, hace 2 mil 400 años, este griego andaba viajando por todo el mundo conocido: Grecia, Egipto, Fenicia, Palestina, Tracia, Babilonia, el país de los etruscos en Italia, Persia, norte de África, Turquía, Crimea, hasta la India…
Una vez platicando con mi papá sobre la veracidad de la Ilíada, yo le exponía los hallazgos arqueológicos del alemán Heinrich Schliemann en Turquía, a finales del siglo XIX, como prueba contundente de la autenticidad de los relatos de Homero, quien, siendo ciego y a falta de lenguaje escrito, dicen sus biógrafos, ¡sabía y cantaba los libros de memoria!..., mi tata, un buxo para estos volados, aunque satisfecho por mi nuevo entusiasmo, me dio la primera gran lección al leer eventos históricos: me dijo nunca creyera de "primas a primera" todo lo que leía.
Al día siguiente me regaló "los Nueve Libros de la Historia" de Herodoto.
Geográficamente describe de una forma exquisita el corrido del rio Danubio y los ríos que desembocan en el Mar Negro, en la Escitia…, y tres o cuatro veces alude y enfatiza que la tierra es redonda.
Herodoto dividía el mundo en griegos y bárbaros, y bajo este punto de vista describe la invasión persa y la batalla del Paso las Termopilas, estos hechos son conocidos como Guerras Médicas, entre Grecia y Persia, que sucedió 500 años antes de Cristo.
Cicerón (106-43 antes de Cristo) fue el primero en llamarlo "Padre de
la Historia", y desde entonces Herodoto de Halicarnaso así es por siempre
reconocido, llevó anotaciones de sus viajes y de los sucesos
que le relataban los nativos de las
regiones, con el cual publicó su clásico libro. Más tarde este libro fue
dividido en nueve libros y a cada
libro se le asignó el nombre de una de las nueve musas de la Mitología
Griega.
Cuando tenía 16 años leí mi primer
libro completo: la Odisea de Homero, y luego el segundo: la Ilíada, el cual me fascinó aún más.
Antes de los 16 años solo leí paquines de Supermán, el Llanero Solitario,
etcétera... ¡Ah! Y las
novelas del Santo, el enmascarado de
plata… Pero estos dos libros de Homero volcaron mi entusiasmo por la
historia y la literatura.Una vez platicando con mi papá sobre la veracidad de la Ilíada, yo le exponía los hallazgos arqueológicos del alemán Heinrich Schliemann en Turquía, a finales del siglo XIX, como prueba contundente de la autenticidad de los relatos de Homero, quien, siendo ciego y a falta de lenguaje escrito, dicen sus biógrafos, ¡sabía y cantaba los libros de memoria!..., mi tata, un buxo para estos volados, aunque satisfecho por mi nuevo entusiasmo, me dio la primera gran lección al leer eventos históricos: me dijo nunca creyera de "primas a primera" todo lo que leía.
Al día siguiente me regaló "los Nueve Libros de la Historia" de Herodoto.
Pero en este Fragmento de la obra de Herodoto que
hoy les traigo, el historiador griego tiene la audacia de poner en tela de juicio la veracidad del rapto
de Helena y la guerra y sitio de Troya cantada por Homero.
“… me veo en el deber de referir lo que se me cuenta, pero no a
creérmelo todo a rajatabla; esta afirmación es aplicable a la totalidad de mi
obra”… así se cubre
Herodoto de implicaciones que puedan traer sus relatos y descripciones de los hechos
históricos.
En su viaje a Egipto,
el autor escribió este pasaje donde
juzga la versión homérica de la Guerra
de Troya y el rapto de Helena... Sucesos inmortalizados en los 20 mil himnos de Homero:
(Palabras en paréntesis son informaciones mías)
(Palabras en paréntesis son informaciones mías)
CXVIII.
Pero
dejemos cantar a Homero, y mentir a los versos ciprios; que no es poeta quien no
sabe fingir. Preguntados por mí los sacerdotes (egipcios) sobre si era fábula lo
que cuentan los griegos de la guerra de Troya, me contestaron con la siguiente
narración, que decían haber salido de boca del mismo Menelao, de quien se
tomaron en el país noticias del suceso: Después del rapto de Helena, una armada
griega poderosa había pasado a la Téucrida (Troya) para auxiliar a Menelao y
hacer valer sus pretensiones. Los griegos, saltando a tierra y atrincherados en
sus reales, ante todo enviaron a Ilión sus embajadores en compañía del mismo
Menelao, quienes, introducidos dentro de la plaza, pidieron se les restituyera
Helena y los tesoros que en su rapto les había hurtado Alejandro (Paris), y que
se les diera al mismo tiempo cabal satisfacción de la injuria por él cometida;
pero los troyanos, entonces y después, siempre que fueron requeridos, de palabra
y con juramentos respondían que no tenían en su ciudad a Helena, ni en su poder
los tesoros mencionados; que aquélla y éstos se hallaban detenidos en Egipto, y
que no parecía justo ni razonable salir responsables y garantes de las prendas
que el rey egipcio tenía interceptadas. Los griegos, tomando la respuesta por un
nuevo engaño con que se les quería insultar, no levantaron el sitio puesto a la
ciudad hasta tomarla a viva fuerza; mas después de tomada la plaza, no
pareciendo Helena, y oyendo siempre la misma relación de los troyanos, se
convencieron al cabo de lo que decían y de la verdad del suceso, y enviaran a
Menelao para que se presentase a Proteo (rey de Egipto). CXIX.
llega Menelao al Egipto, sube río
arriba hasta Menfis, y hace una sincera narración de todo lo sucedido. Proteo no
sólo lo hospeda en casa y regala magníficamente, sino que le restituye a Helena
sin desdoro en su honor, y sus tesoros sin pérdida ni menoscabo. Mas a pesar de
tantas honras y favores como allí recibió Menelao, no dejó de ser ingrato y aún
malvado con los egipcios, pues no pudiendo salir del puerto, como deseaba, por
serle contrarios los vientos, y viendo que duraba mucho la tempestad, se valió
para aplacarla de un modo cruel y abominable, que fue tomar dos niños de unos
naturales del Egipto partirlos en trozos y sacrificarlos a los vientos. Sabido
el impío sacrificio y la inhumanidad de Menelao, huyó éste con sus naves hacia
Libia (entonces país Fenicio), abominado y perseguido por los egipcios. Qué
rumbo desde allí siguiese, no pudieron decírmelo; pero añadían que lo referido,
parte lo sabían de oídas, parte lo vieron por sus ojos, y que de todo podían ser
fieles testigos, y he aquí lo que en suma me refirieron los sacerdotes
egipcios.
CXX.
A la verdad, por lo que respecta a
Helena, doy entero crédito a su narración, tanto más, cuanto creo que si a la
sazón se hubiera hallado en Troya, fuera restituida a los griegos, aun a pesar
de Alejandro, pues ni Príamo hubiera sido tan necio, ni sus hijos y demás deudos
tan insensatos, que sólo porque aquél gozara de su Helena, pusiesen a riesgo de
balde sus vidas y las de sus hijos, y la salud y existencia del Estado. Pero
concedamos que al principio de la contienda tomaran el partido de no
restituirla; no dudo que al ver caer tanto troyano combatiendo con los griegos;
al ver Príamo muertos en las refriegas no uno u otro sino los más de sus hijos,
pues morir los veía si se ha de dar crédito a los poetas, a vista de tales
destrozos y tamañas pérdidas como les iban sucediendo, no dudo, repito, aun
cuando el mismo Príamo fuera el amante de Helena, que a trueque de librarse de
tantos desastres como entonces le oprimían, la volviera por fin en hora mala a
los aqueos. Ni se diga que los negocios públicos dependían del capricho de un
príncipe enamorado, por tocar a Alejandro la corona en la vejez de Príamo; pues
no es así: el grande Héctor, primogénito del Rey, y héroe do otras prendas y
valor que Alejandro, era el príncipe heredero del cetro, y no parece verosímil
que permitiera impunemente a su hermano menor una resistencia y obstinación tan
inicua y perniciosa, y más tocando con las manos las calamidades que de ellas
resultaban contra sí mismo y contra el resto de los troyanos. Así que, no
teniendo éstos a Helena, mal podían restituirla, y aunque decían la verdad, no
les daban crédito los griegos. Ordenándolo así la Providencia a decir lo que
siento, con la mira de hacer patente a los mortales en la ruina total de Troya,
que por fin al llegar el plazo hace Dios un castigo horroroso y ejemplar de
atroces y enormes atentados; y así juzgo de este suceso...CXX.
Tamen
.
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