Vista aérea de una zona arrasada por el paso del tifón Haiyan en la localidad de Guiuan en la provincia oriental de Samar (Filipinas) hoy, lunes 11 de noviembre de 2013. Devastadoras olas de hasta 7 metros y la vulnerabilidad de las viviendas en sociedades con una alto índice de pobreza han constituido el binomio perfecto para que el tifón Haiyan haya sembrado un reguero de desolación a su paso por Filipinas, donde han fallecido más de 10.000 personas, en su mayoría ahogadas.
EFE/Dennis M. Sabangan. ElPaís.cr
Las catástrofes naturales tienen siempre un componente imprevisible, pero los científicos habían avisado hace mucho tiempo de lo que podía suceder en Filipinas como consecuencia del cambio climático.
Ayer el delegado de este país ante la conferencia de la ONU en Varsovia denunció la falta de iniciativa de la comunidad internacional: «Paren esta locura», dijo Yeb Sano, mientras luchaba por contener las lágrimas. «Mi pueblo se niega a aceptar que hagan falta 30 o 40 cumbres para solucionar el problema del cambio climático».
Sano no exageraba porque el tifón Haiyan ha arrasado Filipinas, dejando a su paso un balance provisional de 10.000 muertos, una de las mayores catástrofes del último siglo. Pero el problema hoy no es ya sólo enterrar a los muertos y rescatar a las víctimas sino dar cobijo y comida a cerca de varios millones de personas que lo han perdido todo. La ciudad de Tacloban, que tiene más de 200.000 habitantes, quedó arrasada por gigantescas olas de hasta diez metros que, como en Fukushima, se llevaron las construcciones por delante.
La primera pregunta que cabe plantearse es si el Gobierno de Manila podía haber adoptado medidas preventivas para paliar el desastre. Siempre es posible evacuar a una parte de la población y reforzar la seguridad, pero en este caso la magnitud del tifón ha superado todos los precedentes, ya que el viento llegó a soplar a 380 kilómetros por hora, con una potencia equivalente a 10 bombas atómicas como las de Hiroshima. Si ello se combina con la baja calidad de las edificaciones y las características del terreno, era imposible luchar contra una fuerza devastadora de esta naturaleza. Ciertamente, y una vez más, la miseria ha acentuado los efectos de un fenómeno metereológico.
Lo sucedido este fin de semana en Filipinas ha reabierto la polémica sobre el cambio climático, ya que los expertos del panel de la ONU ya advirtieron en octubre pasado que la elevación de la temperatura de los océanos iba a provocar un aumento en la intensidad de los tifones y los huracanes en las zonas tropicales. Según los científicos, el cambio climático nada tiene que ver con el origen de estos fenómenos pero sí que multiplica sus consecuencias.
Hay otros expertos que rebaten esta tesis y argumentan que todavía no hay una muestra estadística temporal para extraer conclusiones categóricas, pero sería un error menospreciar los avisos del panel de la ONU, que recomiendan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para que la superficie de los mares no se caliente como consecuencia de la capa que forman en la atmósfera esos productos químicos.
Por ello, es necesario seguir investigando y crear un consenso internacional para actuar cuanto antes, aunque ahora lo más urgente y necesario es ayudar a los filipinos a recuperarse de este tremendo desastre que, de nuevo, pone en evidencia la fragilidad del ser humano ante las fuerzas incontrolables de la Naturaleza.
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