La muerte de seis obreros en estadios mundialistas y las violentas protestas callejeras convocadas por la subida de los precios del transporte y los gastos exorbitantes de la preparación del Mundial de fútbol, amenazan la celebración de Brasil 2014.
La última víctima del Mundial, un obrero de 55 años a quien le cayó encima una pieza metálica desde una grúa, volvió a poner en el punto de mira el ya polémico estadio Arena de Amazonia, en la ciudad de Manaos, donde las obras de remodelación han sido cuestionadas por la Fiscalía brasileña por no cumplir con las normas de seguridad.
El estadio de Manaos, cuyas reformas costaron 604 millones de reales (unos 262,6 millones de dólares), y que se teme que se convierta en un ‘elefante blanco’ (un gasto muy oneroso en algo de escasa utilidad), es la obra que cuenta con más muertes en su haber, en concreto tres.
Otros dos estadios mundialistas fueron escenario de trágicos accidentes laborales: el Mané Garrincha, en el que murió un joven de 21 años, y el Itaquerao, en Sao Paulo, donde otros dos obreros fallecieron al desplomarse una grúa sobre el techo del estadio.
Paralelamente a la preocupación por los accidentes laborales en la construcción de los estadios, la situación en las calles brasileñas refleja el creciente malestar de los ciudadanos que ya “sufren” las consecuencias de la organización del Mundial.
Unas 2.000 personas protestaron el pasado jueves en Río de Janeiro por el aumento del precio del transporte público y por la organización del Mundial -bajo lemas como “FIFA paga mi billete”- en una concentración que generó violentos enfrentamientos entre Policía y manifestantes.
La amenaza a la realización de “la madre de todos los mundiales” -como ha catalogado la presidenta Dilma Rousseff al evento- se traduce en la frase que circula desde finales del año pasado en las redes sociales y convoca las manifestaciones callejeras: “No habrá Copa”.
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