Una gran cruz domina el promontorio más elevado del Masaya, sin duda el volcán más célebre de Nicaragua. Los conquistadores españoles lo bautizaron como la ‘boca del infierno’, espantados ante los oscuros ritos y sacrificios que practicaban los pobladores de este inquietante lugar, en torno al cual surgieron enigmáticas leyendas. En la actualidad, el volcán Masaya sigue siendo el epicentro de extraños fenómenos y de una insólita crónica negra, tan activa como las entrañas de su todavía humeante caldera.
El Masaya, todavía activo y visitable, arrastra un oscuro estigma: la tradición lo define como la «boca del infierno», un señalado lugar de paso donde se funden el plano terrestre y el inframundo. La oscura historia del volcán ha alimentado durante siglos esta creencia.
Al enclave se accede desde la carretera más transitada de Nicaragua. Un giro a la derecha nos conduce al comienzo del Parque Nacional al que pertenece este volcán. La ascensión dura unos pocos minutos. Durante la corta travesía el paisaje cambia abruptamente: la frondosa vegetación en el inicio de la subida se ha transformado de súbito en un marco de oscura piedra desnuda. También el aire ha cambiado. El Masaya expulsa cada día unas 1.000 toneladas de gases tóxicos. Inhalarlos durante más de 20 minutos no es recomendable. Una vez en la cima se puede aparcar el vehículo en el mismo borde del cráter. En retroceso, por si se produce una erupción y hay que salir corriendo.
La siguiente podría ser una fiel reproducción de los ritos realizados en el volcán nicaragüense antes de la llegada de los conquistadores españoles. Pero el Masaya, situado a apenas 20 kilómetros de Managua, la capital del país, ha seguido siendo el epicentro de decenas de misterios y extraños sucesos:
Cinco figuras solitarias se dirigen a la cumbre del volcán Masaya, en lo más profundo de Nicaragua. Son indígenas, cuatro hombres y una bella joven, formando una extraña procesión. La comitiva es silenciosa. El humo que emana de la caldera oculta incluso el sol. Nadie habla durante el trabajoso ascenso sobre senderos repletos de ceniza. Se abren paso respirando el aire viciado por un fuerte olor a azufre. El ambiente se vuelve cada vez más denso. Su objetivo es llegar al cráter. Allí, según las leyendas de sus ancestros, vive el dios del volcán. Su misión consiste en aplacarlo: pocos días antes había entrado en erupción. Una de las doncellas de la tribu debe tranquilizar a la furiosa deidad. Será arrojada desde el borde del precipicio a un incierto destino. Un sacrificio para terminar con la ira del Masaya…
El Masaya, todavía activo y visitable, arrastra un oscuro estigma: la tradición lo define como la «boca del infierno», un señalado lugar de paso donde se funden el plano terrestre y el inframundo. La oscura historia del volcán ha alimentado durante siglos esta creencia.
Al enclave se accede desde la carretera más transitada de Nicaragua. Un giro a la derecha nos conduce al comienzo del Parque Nacional al que pertenece este volcán. La ascensión dura unos pocos minutos. Durante la corta travesía el paisaje cambia abruptamente: la frondosa vegetación en el inicio de la subida se ha transformado de súbito en un marco de oscura piedra desnuda. También el aire ha cambiado. El Masaya expulsa cada día unas 1.000 toneladas de gases tóxicos. Inhalarlos durante más de 20 minutos no es recomendable. Una vez en la cima se puede aparcar el vehículo en el mismo borde del cráter. En retroceso, por si se produce una erupción y hay que salir corriendo.
La siguiente podría ser una fiel reproducción de los ritos realizados en el volcán nicaragüense antes de la llegada de los conquistadores españoles. Pero el Masaya, situado a apenas 20 kilómetros de Managua, la capital del país, ha seguido siendo el epicentro de decenas de misterios y extraños sucesos:
Cinco figuras solitarias se dirigen a la cumbre del volcán Masaya, en lo más profundo de Nicaragua. Son indígenas, cuatro hombres y una bella joven, formando una extraña procesión. La comitiva es silenciosa. El humo que emana de la caldera oculta incluso el sol. Nadie habla durante el trabajoso ascenso sobre senderos repletos de ceniza. Se abren paso respirando el aire viciado por un fuerte olor a azufre. El ambiente se vuelve cada vez más denso. Su objetivo es llegar al cráter. Allí, según las leyendas de sus ancestros, vive el dios del volcán. Su misión consiste en aplacarlo: pocos días antes había entrado en erupción. Una de las doncellas de la tribu debe tranquilizar a la furiosa deidad. Será arrojada desde el borde del precipicio a un incierto destino. Un sacrificio para terminar con la ira del Masaya…
AÑO/CERO
Héctor Estepa
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