No es nada nuevo que en el mundo todo se compra y se vende en manos de corporaciones que funcionan con más o menos escrúpulos o conciencia unas y otras. En ese sentido, la comercialización del agua potable representa simplemente otro negocio más, que tiene sus aristas morales y genera un debate que podría desencadenar en futuros enfrentamientos armados.
De hecho, el Acuífero Guaraní, debajo de la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, podría estar justificando la presencia de militares extranjeros en la zona, como las bases de USA en Paraguay o el entrenamiento de comandos estadounidenses en los Esteros del Iberá.
El tema del agua ha impulsado a la cadena DW de televisión para hacer este documental que busca señalar cuáles empresas comercializan en el mundo el 70% del agua que se vende en el planeta
Con esa información, el interesante reporte del especialista en temas ambientales, Hugo Eberle, para el diario Los Andes, cuestiona la idea de si el agua es un recurso natural, como se lo ha tomado desde siempre, o ha pasado a ser un producto de consumo:
Debido a que la agricultura es la actividad económica que más consume agua (70% del agua dulce disponible), es fácil entender que países que carecen del vital elemento sean compradores de alimentos y orienten sus actividades económicas a aquellas con el mínimo requerimiento del recurso.
Este fenómeno global ha dado en llamarse intercambio de agua virtual y representa un área comercial que está en pleno crecimiento.
Hay en el mundo dos posiciones extremas con respecto a cómo debe considerarse el agua en relación a su derecho de uso o consumo.
Una que es sostenida por entes estatales y organizaciones no gubernamentales (ONGs), que dice que el agua es un derecho público y todo el mundo debe tener acceso a ella.
La otra posición es sustentada por el ámbito privado y sostiene que el agua debe ser asimilada a un producto alimenticio y tener un valor comercial como cualquier otro, dejando entrever que sería responsabilidad de cada Estado tomar las medidas necesarias para que los habitantes que no puedan pagarla -ni en forma particular ni desde las redes urbanas- accedan igualmente a ella. No obstante, en ambos casos, queda claro que el proceso de potabilización tiene un costo.
El negocio del agua para distribución domiciliaria y saneamiento es, según lo expresa Maude Barlow en su libro Oro Azul, manejado por algunas pocas corporaciones globales, que están en por lo menos 100 países y dominan el 70% de ese mercado mundial.
Ellas se manejan con el poder suficiente para conseguir beneficios de parte de los gobiernos de los países donde actúan, empezando por tomar la concesión para luego aumentar las tasas por la prestación del servicio, o sea, el suministro del agua y todos los procesos previos a la entrega en domicilio, tales como, tratamiento, purificación, potabilización, distribución, control y limitación de derroches.
Algunos países, tal vez por razones ideológicas, eligen que el propio Estado realice estos servicios, que muy frecuentemente no alcanzan los niveles de calidad que aquellas empresas poseen por mejores tecnologías.
A nivel regional o internacional y en el marco del comercio directo del agua a granel o envasada, ya se registran exportaciones de agua potable hechas en enormes barcos tanques que hasta pueden ser petroleros reutilizados.
Este sistema de transporte está en plena tarea de renovación, con la creación de medios más idóneos para desarrollar el negocio en los próximos tiempos, como las gigantescas bolsas de plástico que albergan toneladas de agua dulce potable y son transportadas a remolque por los mares hasta sus países de destino, o bien, acueductos que ya están en procesos de construcción, para la distribución de agua desde los Alpes a ciudades aledañas o en Estados Unidos desde diversas fuentes hacia el estado de California.
En nuestra región se habló hace algún tiempo de usar las vías navegables de los ríos Paraná y Paraguay para el comercio y transporte del agua desde el Acuífero Guaraní hacia terceros países. Aunque este proyecto hoy está parado, no debe descartarse una eventual retoma porque en nuestra América Latina siempre necesitamos dinero y éstas son buenas opciones para los gobiernos de turno.
El negocio del agua embotellada representa mundialmente unos 25.000 millones de dólares al año y también es dominado por algunas empresas globales.
El gran desafío de la humanidad hoy es el cuidado, la conservación y la búsqueda de nuevas fuentes de nuestro principal recurso de vida. El ex director del FMI Michel Camdessus en su libro “Agua para todos” hace referencia al avance tecnológico tendiente a conseguir desalinizar el agua de mar como una fuente de aprovisionamiento adicional frente al peligro de escasez que amenaza al mundo.
Hasta ahora se vienen desarrollando esas técnicas en sólo unos pocos países debido al alto costo del proceso, que todavía es muy alto comparado con los de potabilizar el agua dulce que se extrae de pozos, ríos y reservorios.
Todos debemos colaborar, aun con pequeñas contribuciones ya que somos responsables, en mayor o menor medida, de la contaminación. En algunos países avanzados se ha comenzado con este proceso, por ejemplo en Estados Unidos existe la obligación de usar sanitarios de alta eficacia y poco flujo de agua que reduce en un 70 % la descarga existente hasta ahora.
Los gobiernos y empresas deberán reparar o sustituir cañerías por las que el agua se pierde o se contamina. Todas las empresas deberán tratar sus residuos industriales, los fabricantes de acero ya están optimizando el agua en sus procesos industriales y otras industrias contaminantes tendrán que hacer lo propio.
Hasta el presente este problema es visto claramente por ambientalistas y científicos pero no por muchos gobiernos, que no han hecho acciones relevantes hasta ahora, especialmente en el cuidado y conservación. Esta situación puede ser peligrosa para cada país ya que si los gobiernos no se ocupan del problema alguien deberá hacerlo y que las empresas globales sean las encargadas de la protección del agua sería como pedir al zorro que cuide las gallinas.
La gran oportunidad de los países productores de alimentos dependerá de su capacidad de preservar el recurso evitando la producción a cualquier costo y limitando el desarrollo de actividades económicas industriales o mineras que atenten masivamente contra el flujo y la pureza del agua dulce.
De nada serviría talar el Amazonas para plantar soja, eso produciría mucha riqueza para Brasil en los primeros años pero luego esa destrucción de los recursos naturales le traería problemas en el largo plazo. Para estos temas los gobiernos deberían llevar adelante políticas de desarrollo sustentable promoviendo la producción pero con utilización racional de los recursos naturales.
Lo expresado hasta aquí daría la idea de que el cuidado del agua no es una cosa tan difícil y que tal vez sólo sería una cuestión de proponérnoslo. Sin embargo no imaginamos todavía cómo los grandes conglomerados industriales y financieros, así como muchos gobiernos de hoy, podrían resignar lo único que conocen y aspiran, que es: dinero y poder. Tal vez, si cuidar el planeta fuera una actividad remunerada, tendríamos mejor chance de verlo más sustentable. Una vez más, los Estados y los mercados en la disputa de quién se ocupa de qué.
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