En medio del Vaticano, a varios metros bajo el suelo, existe un búnker. Un búnker blindado e inaccesible, construido con gruesos muros de hormigón armado, un prodigio de la más alta ingeniería, capaz de resistir una explosión nuclear.
Después de atravesar pasillos laberínticos, de subir numerosas escaleras, de bajar infinitos peldaños y de enfilar corredores estrechos y oscuros, por fin llegamos. “Aquí está”, anuncia con satisfacción Alfredo Tuzi, uno de los 55 empleados del Archivo Secreto Vaticano. Ante él se abre una inmensa sala repleta por doquier de archivos, carpetas, dossieres y legajos de documentos. “En total, 85 kilómetros lineales de estanterías con documentos”, asegura sacando pecho.
El búnker se encuentra bajo el Cortile della Pigna, el gigantesco patio situado en pleno corazón del Vaticano y así llamado por acoger una escultura en bronce de una piña de cuatro metros de altura. “El búnker no se parece para nada al que describe Dan Brown, ¿verdad?”, suelta Tuzi con retintín, en alusión directa al escritor estadounidense autor de ‘Ángeles y Demonios’, novela en la que describía erróneamente el búnker del Vaticano como una estancia acristalada y aclimatada. “Es que Dan Brown jamás ha puesto el pie aquí”, aclara Tuzi.
Nadie sabe a ciencia cierta cuántos documentos componen el Archivo Secreto Vaticano, sólo se sabe que son millones y millones y millones. Al fin y al cabo, fue fundado por Pablo V hace exactamente 400 años y desde entonces conservan todas las actas, manuscritos, registros, bulas, códigos y documentos privados de cada Pontífice. De hecho, se llama ‘secreto’ porque toma el nombre del vocablo latino ‘secretum’, que significa privado. El Archivo Secreto vaticano reúne los archivos privados de los sucesivos Papas.
Pero el que se llame secreto no significa que sea inaccesible. Cuando fue fundado en 1612 sí que lo era: sólo algunos cardenales de curia tenían el privilegio de poder echar un vistazo a sus fondos. Pero desde 1881, por decisión del Papa León XIII, los contenidos del Archivo Secreto Vaticano pueden ser consultados por estudiosos de cualquier nacionalidad y credo.
Aunque, tras la muerte de un Papa hay que esperar varios años antes de que sean desclasificados los documentos relativos a su pontificado. Ahora mismo, por ejemplo, el último archivo que se abrió al público fue el de Pío XI, fallecido en 1939. Los de los Pontífices posteriores (Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II) permanecen cerrados al público, a la espera de que sean desclasificados cuando el Papa decida que ha llegado el momento de hacerlo. Hasta entonces, los documentos de esos papados permanecen encerrados bajo llave en una sección especial del búnker.
En el Archivo Secreto Vaticano también hay dos salas especiales en las que se custodian los valiosos pergaminos medievales y que, estás si, permanecen en unas condiciones de temperatura y humedad constante para evitar que puedan dañarse. Entre los pergaminos que hay se guardan, siempre bajo llave, 81 con sellos de oro.
Entrar en el búnker del Archivo Secreto Vaticano es un privilegio reservado a sólo unos cuantos afortunados. Sin embargo, y por primera vez en la historia, un centenar de los más importantes documentos que se custodian en el búnker han salido fuera de la Santa Sede y hasta el 9 de septiembre se pueden contemplar en Lux In Arcana, la exposición en los Museos Capitolinos de Roma que celebra el 400º aniversario de la fundación del Archivo Secreto vaticano.
Ahí están, por ejemplo, las actas del proceso de la Inquisición contra Galileo, la proclama de excomunión de Martín Lutero, las actas del proceso a Giordano Bruno (que tras ser condenado por herejía por el Santo Oficio murió en una hoguera el 17 de febrero de 1600 en el Campo de Fiori di Roma), la última carta de María Estuardo al Pontífice Sixto VI, una misiva de Voltaire a Benedicto XIV, un informe de Miguel Ángel sobre el estado de sus trabajos en la Basílica de San Pedro… Y así hasta un centenar.
Fuente: Elmundo
Tiene dos pisos y una capacidad de 31.000 metros cúbicos. Fue proyectado en tiempos de la Guerra Fría, durante el Pontificado de Pablo VI, e inaugurado en 1980 por Juan Pablo II. El objetivo de este refugio es mantener a salvo, incluso ante un eventual ataque atómico, uno de los bienes más preciados del Vaticano: los millones de papeles que componen el Archivo Secreto Vaticano.
Después de atravesar pasillos laberínticos, de subir numerosas escaleras, de bajar infinitos peldaños y de enfilar corredores estrechos y oscuros, por fin llegamos. “Aquí está”, anuncia con satisfacción Alfredo Tuzi, uno de los 55 empleados del Archivo Secreto Vaticano. Ante él se abre una inmensa sala repleta por doquier de archivos, carpetas, dossieres y legajos de documentos. “En total, 85 kilómetros lineales de estanterías con documentos”, asegura sacando pecho.
El búnker se encuentra bajo el Cortile della Pigna, el gigantesco patio situado en pleno corazón del Vaticano y así llamado por acoger una escultura en bronce de una piña de cuatro metros de altura. “El búnker no se parece para nada al que describe Dan Brown, ¿verdad?”, suelta Tuzi con retintín, en alusión directa al escritor estadounidense autor de ‘Ángeles y Demonios’, novela en la que describía erróneamente el búnker del Vaticano como una estancia acristalada y aclimatada. “Es que Dan Brown jamás ha puesto el pie aquí”, aclara Tuzi.
Cubículo de hormigón armado
En realidad, el búnker del Archivo Secreto Vaticano es un gigantesco cubículo con los muros, el suelo y el techo todo de hormigón armado, sin ventanas, iluminado por fluorescentes blancos y repleto de estanterías. Son tantas las estanterías que alberga que se necesitarían varios días para recorrer todos los angostos pasillos que forman y leer solamente el encabezamiento de cada carpeta o archivo de documentos. ‘Madrid, caja 47′, se lee en un grupo de legajos. ‘Comunismo: Hungría, Polonia, Checoslovaquía’, se lee en otro.Nadie sabe a ciencia cierta cuántos documentos componen el Archivo Secreto Vaticano, sólo se sabe que son millones y millones y millones. Al fin y al cabo, fue fundado por Pablo V hace exactamente 400 años y desde entonces conservan todas las actas, manuscritos, registros, bulas, códigos y documentos privados de cada Pontífice. De hecho, se llama ‘secreto’ porque toma el nombre del vocablo latino ‘secretum’, que significa privado. El Archivo Secreto vaticano reúne los archivos privados de los sucesivos Papas.
Pero el que se llame secreto no significa que sea inaccesible. Cuando fue fundado en 1612 sí que lo era: sólo algunos cardenales de curia tenían el privilegio de poder echar un vistazo a sus fondos. Pero desde 1881, por decisión del Papa León XIII, los contenidos del Archivo Secreto Vaticano pueden ser consultados por estudiosos de cualquier nacionalidad y credo.
Aunque, tras la muerte de un Papa hay que esperar varios años antes de que sean desclasificados los documentos relativos a su pontificado. Ahora mismo, por ejemplo, el último archivo que se abrió al público fue el de Pío XI, fallecido en 1939. Los de los Pontífices posteriores (Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II) permanecen cerrados al público, a la espera de que sean desclasificados cuando el Papa decida que ha llegado el momento de hacerlo. Hasta entonces, los documentos de esos papados permanecen encerrados bajo llave en una sección especial del búnker.
400 aniversario
Entrar en el búnker del Archivo Secreto Vaticano es un privilegio reservado a sólo unos cuantos afortunados. Sin embargo, y por primera vez en la historia, un centenar de los más importantes documentos que se custodian en el búnker han salido fuera de la Santa Sede y hasta el 9 de septiembre se pueden contemplar en Lux In Arcana, la exposición en los Museos Capitolinos de Roma que celebra el 400º aniversario de la fundación del Archivo Secreto vaticano.
Ahí están, por ejemplo, las actas del proceso de la Inquisición contra Galileo, la proclama de excomunión de Martín Lutero, las actas del proceso a Giordano Bruno (que tras ser condenado por herejía por el Santo Oficio murió en una hoguera el 17 de febrero de 1600 en el Campo de Fiori di Roma), la última carta de María Estuardo al Pontífice Sixto VI, una misiva de Voltaire a Benedicto XIV, un informe de Miguel Ángel sobre el estado de sus trabajos en la Basílica de San Pedro… Y así hasta un centenar.
Fuente: Elmundo
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