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Padre
Amorth |
(NoticiaCristiana.com)
Un
artículo publicado por la revista Veja muestra extractos de un informe
presentado por el exorcista oficial de la Iglesia Católica, el padre
Gabriele Amorth, quien afirma que el diablo está instalado en la
iglesia.
Amorth,
ha trabajado como exorcista durante 25 años y asegura que hay indicios de que el
anti-Cristo esté ganando la batalla contra la Santa Sede, asegurando que “hay
cardenales que no creen en Jesús y obispos que están relacionados con el
demonio”.
El
sacerdote italiano de 85 años afirma que los casos de pedofilia cometidos por
los líderes católicos es obra del diablo. “El diablo vive en el Vaticano, y
usted puede ver las consecuencias”. “Puede
ocultarse o hablar en idiomas diferentes, o incluso aparentar ser solidario”,
dice Amorth sobre el demonio.
Casi tres
años, después de esta entrevista, el Papa Benedicto XVI, renunció al papado
posición, que puede revelar una lucha de poder dentro de la Iglesia
Católica. La prensa internacional afirma que el cardenal
Tarcisio Bertone, dirige un gobierno paralelo que se opone a los planes de
Joseph Ratzinger, quien ahora se siente aislado por sus antiguos
aliados.
El portavoz
de la Iglesia,
Federico Lombardi, dijo que el Papa es realista y es consciente de los problemas
y dificultades de la
Iglesia y que la renuncia “fue un acto de humildad, sabiduría y
responsabilidad”. Benedicto 16 renunciará a su cargo de Papa hasta el 28 de
febrero y luego se elegirá su sucesor sólo después de 15 de marzo.
Traducido y
adaptado por NoticiaCristiana.com de Góspel Prime.
Siguiendo
en la misma línea de informaciones a continuación posteamos un escrito donde se
detalla las posibles luchas internas que han conducido entre otras cosas a la
renuncia del Papa, como vemos cada vez “Bertone” gana números para ser el “papa
negro”.
El Papa
renuncia para limpiar el Vaticano:
Benedicto XVI abandona ante su incapacidad
para seguir luchando contra los ‘cuervos’
Unas
semanas después de regresar de su viaje a Cuba y México, en marzo de 2012,
durante sus vacaciones en Castel Gandolfo, Joseph Ratzinger se asomó a un pozo
muy oscuro que solo sus ojos estaban autorizados a ver. Un informe, elaborado
por tres cardenales octogenarios, sobre la masiva fuga de documentos secretos
que sacudió al Vaticano y que solo cesó tras la detención de Paolo Gabriele, el
ayudante de cámara de Benedicto XVI. No se trataba de una componenda para cerrar
el caso, sino de una investigación, llena de nombres y datos, sobre los
protagonistas de las guerras de poder que desde hace años se vienen sucediendo
en el Vaticano y de las que el llamado caso Vatileaks no era más que su
escandalosa consecuencia.
Al cerrar
el informe, Joseph Ratzinger ya tenía todos los datos. A los ángeles caídos se
les puede combatir con la oración y el buen ejemplo, pero contra los príncipes
de la Iglesia
es más aconsejable una espada de acero templado y un brazo capaz de empuñarla. Y
él ya no tenía fuerzas. Dicen que fue por aquella época cuando Benedicto XVI —un
hombre tímido, incapaz de la confrontación directa, pero profundo conocedor de
las intrigas vaticanas— decidió marcharse.
En la
mañana de ayer, los quioscos de Roma dejaban claro que, además de la sorpresa,
la prensa italiana e internacional resaltaba la coherencia de la decisión de
Benedicto XVI. Su sinceridad al reconocer su cansancio, pedir perdón y
marcharse. En una cafetería del Borgo Pío, el barrio de calles estrechas
contiguo al Vaticano, un diplomático acreditado ante la Santa Sede pone la atención sobre
un aspecto que no deja de ser llamativo: “Si se fija, prácticamente todos los
diarios, cada uno con su estilo, dibujan al Papa como una víctima de las luchas
de poder en el Vaticano. Hace unos meses, o incluso unos años, quienes abordaban
el asunto del desgobierno en la
Iglesia lo hacían culpando a Ratzinger, a su falta de carácter,
a su equivocada manera de elegir a los colaboradores. Está feo utilizar esta
palabra refiriéndose a un papa, pero se podría decir que, con su renuncia,
Joseph Ratzinger ha ejecutado la venganza perfecta. Él se va, pero con él caen
todos los que le amargaron el papado e hicieron ingobernable el
Vaticano”.
Media hora
después, en la sede romana de una congregación religiosa con fuerte arraigo en
España, un prelado sonríe con la interpretación:
“Es algo
malvada, propia de un no creyente, inadecuada en un momento que lo único que hay
que hacer es acompañar al Santo Padre que se va y prepararnos para recibir al
Santo Padre que será elegido dentro de unos días, pero debo decirte que no se
aleja de la realidad”. Una realidad que, por su propio carácter, solo conoce
Joseph Ratzinger y, tal vez, su único hombre de confianza, su secretario
personal desde 2003, monseñor Georg Gänswein.
La decisión de Benedicto XVI —que
quiso dejar muy claro que no era la enfermedad la que lo empujaba a la renuncia,
sino su falta de vigor espiritual para seguir manejando la barca de Pedro— puede
conducir también al desmontaje de un organigrama de poder cada vez más alejado
de las necesidades de los católicos, pero que sigue satisfaciendo la voracidad
de la Curia.
Cardenales enfrentados entre sí, instituciones religiosas en
pugna por obtener privilegios, un secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que
hace mucho tiempo perdió la confianza de un Papa que, para evitar la piedra de
escándalo de la sustitución, decidió sustituirse a sí mismo.
Por otra
parte, el novelesco asunto de los cuervos —los topos, los traidores— dejó en un
segundo plano otro suceso de mucha más importancia para entender que el Vaticano
sigue siendo un Estado más oscuro que cualquier otro. En septiembre de 2009,
Ratzinger nombró al financiero Ettore Gotti Tedeschi, próximo al Opus Dei y
representante del Banco de Santander en Italia desde 1992, presidente del
Instituto para las Obras de Religión (IOR), la banca del Vaticano.
Según se dijo
entonces, el nombramiento suponía un golpe de autoridad de Benedicto XVI, el
último intento de poner en orden las finanzas de la Santa Sede, arrojar luz a lo que
por definición nunca la tuvo. No hay más que recordar al cardenal estadounidense
Paul Marcinkus y el escándalo del banco de Dios en los años setenta y ochenta,
cuyo colofón fueron los asesinatos de Roberto Calvi, responsable de la quiebra
del Banco Ambrosiano, y del banquero mafioso Michele Sindona, pertenecientes
ambos a la logia masónica P2. Aquel septiembre de 2009, Gotti Tedeschi llegó al
banco del Vaticano con la intención de limpiarlo, pero antes de que se
cumplieran tres años se dio cuenta de que aquel trabajo era, efectivamente, muy
peligroso.
Tanto que,
en la primavera de 2012, Gotti Tedeschi redactó un informe secreto de todo lo
que había visto en los últimos meses. Fue descubriendo que, tras algunas cuentas
cifradas, se escondía dinero sucio de “políticos, intermediarios, constructores
y altos funcionarios del Estado”. Pero no solo. Como sostiene la fiscalía de
Trapani (Sicilia), también Matteo Messina Denaro, el nuevo jefe de jefes de
la Cosa
Nostra, tendría su fortuna puesta a buen recaudo en el IOR a
través de hombres de paja. Dicen que fue entonces cuando Gotti Tedeschi, quien
se había tomado el encargo del Papa como una auténtica misión, empezó a tener
miedo.
Un miedo que lo llevó a procurarse una escolta y a elaborar, folio a
folio, un expediente que solo vería la luz si era asesinado. Un miedo que se
acrecentó cuando, coincidiendo con la detención de Paolo Gabriele por la
difusión de documentos secretos, Gotti Tedeschi fue destituido al frente del
banco del Vaticano. La operación de derribo al amigo del Papa, llevada a cabo
por los consejeros del banco y bajo el respaldo del secretario de Estado,
monseñor Bertone, incluía un “documento durísimo, que lo demolía moral y
profesionalmente al dar a entender que estaba involucrado en la fuga de
documentos robados al Papa”, según explicó entonces Andrea Tornielli, un
periodista experto en asuntos del Vaticano. No se trataba, por tanto, de
deshacerse del amigo de Benedicto XVI. Se trataba de destruirlo. De ahí que
cuando, por otros motivos, agentes de los Carabinieri se presentaron para
practicar un registro en casa de Gotti Tedeschi, el financiero, ya despedido, se
llevó un susto de muerte. “Ah, sois policías”, les dijo aliviado, “creí que
veníais a pegarme un tiro”.
Los dos
escándalos, el del mayordomo infiel y el del banquero despedido, se cerraron en
falso. Paoletto recibió una condena simbólica y luego fue indultado, pero en el
juicio quedó claro que se trataba de un apaño. Los silencios fueron más
elocuentes que las palabras. También Gotti Tedeschi aceptó su despido en
silencio, “por amor al Papa”, y cuando los fiscales y los periodistas italianos
intentaron indagar en el contenido del informe secreto del banquero, una nota
del Vaticano los mandó callar. Y callaron, en un país donde los sumarios se
airean en tiempo real. Paoletto y Gotti Tedeschi solo son los personajes
pintorescos de una historia mucho más cruda, más oscura, la que vio el Papa en
Castel Ganfolfo cuando se asomó a la investigación de los cardenales
octogenarios.
Ese es
también el Vaticano que abandona Ratzinger. Una estructura de poder tan
anticuada, tan protegida de los cientos de millones de verdaderos católicos por
altísimos muros de soberbia, que se ha mostrado incapaz durante décadas de
escuchar, por ejemplo, el clamor contra la pederastia, el llanto de las
víctimas, la protección infame de los culpables. El sucesor de Benedicto XVI ya
sabe que para dirigir la barca de Pedro no solo son necesarias “la oración y las
buenas palabras”, sino también, o sobre todo, “el vigor tanto del cuerpo como
del espíritu”. La dimisión de Ratzinger no se puede interpretar por tanto como
un acto de rendición. Sino como la única posibilidad de gritar de un hombre que
jamás levantó la voz.
Señales del
fin del Vaticano:
Ayer a las
19:18, una brillante bola de fuego fue vista en los cielos del sur de Italia.
Los primeros informes del Estrecho de Messina informaron sobre una bola de fuego
en el mar Jónico, con dirección de norte a sur, de gran magnitud, verdoso y muy
luminoso. Estamos esperando más informes que nos permitan comprender el alcance
de la observación.