El proyecto, que no tiene precedentes en el mundo, pretende congelar el terreno alrededor de los reactores nucleares.
A un ritmo de 300 toneladas diarias, el agua radiactiva de la siniestrada central nuclear de Fukushima sigue derramándose en el Océano Pacífico y, de momento, no hay manera de detenerla. Según ha reconocido Tepco, la eléctrica que gestiona la planta, los muros construidos no bastan para contener el agua con que se están regando constantemente tres de sus seis reactores nucleares con el fin de mantenerlos estables por debajo de 100 grados.
Además, a la superficie ha aflorado agua subterránea altamente contaminada por la radiación que, a pesar de la barrera con que se ha intentado taponar, también se está vertiendo al mar por una brecha.
Casi dos años y medio después del devastador tsunami que barrió la costa nororiental de Japón, y golpeó la central de Fukushima provocando el peor accidente nuclear desde Chernóbil en 1986, Japón sigue manteniendo un pulso desesperado contra la radiactividad, que ya ha sido detectada por tierra, mar y aire.
Ante la peligrosa acumulación de agua radiactiva, que ha obligado al Gobierno a involucrarse en las tareas de descontaminación, la última idea consiste en congelar el terreno alrededor de los reactores nucleares para crear una barrera que impida más filtraciones al subsuelo. Un plan que costaría unos 40.000 millones de yenes (311 millones de euros) y que, según explicó a los medios nipones el secretario jefe del Gabinete, Yoshihide Suga, «no tiene precedentes en el mundo a tan gran escala».
Críticas a Tepco
Mientras el Ejecutivo estudia la viabilidad de dicha medida, Tepco sigue siendo fuertemente criticada por su gestión tras el desastre que causó el tsunami del 11 de marzo de 2011, que averió los sistemas de refrigeración eléctrica de la central y, debido al aumento de las temperaturas, acabó provocando varias explosiones que fundieron total o parcialmente tres de sus seis reactores. «Sus acciones son lentas y van a remolque», denunció ante los medios japoneses Kiyoshi Takaska, miembro de un comité de sabios que está asesorando al Gobierno de la prefectura de Fukushima.
En mayo, el Ejecutivo central ya obligó a Tepco a construir nuevas barreras y depósitos para contener el agua radiactiva, que se ha venido derramando al Océano Pacífico durante los dos últimos años. Aún se desconoce la amenaza que estos vertidos entrañan para el medioambiente, pero los pescadores de Fukushima se muestran muy preocupados porque Tepco encontró recientemente peces con altos niveles de radiación en un puerto interior de la central. Para una prefectura cuyas carnes y verduras ya están estigmatizadas por las fugas radiactivas, el miedo al «sushi» atómico puede terminar de darle la puntilla en una isla donde el pescado es su alimento nacional.
Dentro de las labores de limpieza y descontaminación de Fukushima 1, que durarán 40 años y costarán más de 8.000 millones de euros, el primer ministro nipón, Shinzo Abe, ya ha decretado que el control de los vertidos radiactivos al mar es un «asunto urgente». Además de acabar con esta grave crisis, que tendrá efectos sobre la salud de los japoneses, en su ánimo está volver a recuperar la confianza del público en la energía nuclear.
Con sólo dos de su medio centenar de reactores operativos, el Gobierno nipón pretende volver a conectar el resto para dejar de depender de las costosísimas importaciones de petróleo, carbón y gas licuado que están alimentado su producción eléctrica desde la catástrofe de Fukushima.
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