El fotógrafo Stephen Mallon salió una mañana de hace tres años a pasear por una playa de Delaware, cuando vio con sus propios ojos algo de lo que había oído hablar, pero que no creía del todo. A unos metros de la costa avanzaba una enorme barcaza cargada con vagones de metro. Con viejos vagones con el emblema de Nueva York encajados unos sobre otros como curiosas piezas de un tetris.
A los pocos minutos, una grúa iba arrojando esos viejos vagones al fondo del mar. ¿Qué estaba ocurriendo? Todo el mundo sabe que el metal o cualquier tipo de basura metálica es dañina para el medio ambiente,¿entonces?
Las fotografías que Stephen Mallon captó a lo largo de varios años, le han servido ahora para inaugurar una interesante exposición en Nueva York. Y la verdad es que su testimonio, ha causado una gran expectación en los medios y la opinión pública, tanto, que ha dado la vuelta al mundo. Lo que en un principio parecía un atentado ecológico hecho a escondidas, se ha alzado como un gran tributo a la vida marina de las costas de Delaware, Virginia y Carolina del Sur. A día de hoy, se extiende una larguísima hilera de vagones en las profundidades del océano para ofrecer vida y refugio a multitud de especies marinas.
El proceso se inicia en el momento en que las autoridades, valoran que determinados vagones del metro de Nueva York, deben ser retirados porque ya están en malas condiciones. Se desmantelan por dentro, se retiran asientos, cinturones, llantas y se venden a segundas empresas para reciclarlos. Seguidamente, se limpian por dentro y se trasladan al puerto para ser llevados mediante grandes barcazas, a diferentes puntos estratégicos del mar para ser arrojados. Es entonces cuando un elevador hidráulico, los coge uno por uno y los deja caer a las aguas. Era un complejo proceso que se realizaba más o menos una vez al mes, y que se inició en realidad en el 2010.
Según el propio fotógrafo, ver en persona aquel curioso evento era como llenarse de sensaciones tan extrañas como emocionantes. Él es usuario habitual del metro de Nueva York, se siente unido a ese medio de trasporte y no podía evitar experimentar una especie de vértigo al ver aquellos vagones cayendo a las profundidades, en un estruendo casi agónico al impactar contra las aguas.
Pero más tarde, al imaginar esa linea subterránea de vagones llenándose de corales, de bancos de peces y de otras criaturas marinas avanzando con plácida tranquilidad por sus interiores, no podía evitar dibujar una sonrisa en su rostro. Esos viejos vagones aportan vida. El departamento de Recursos Naturales y de Control Ambiental de Delaware, monitoriza regularmente el estado de los mismos constatando que a día de hoy, la vida marina se ha duplicado, los peces disponen de más comida y la riqueza ecológica ha aumentado a lo largo de ese tiempo. Incluso ha podido recuperarse la especie de los mejillones azules, los cuales, no podían vivir en un fondo de arena natural.
Se sabe que los vagones han sido arrojados a lo largo de Delaware, Virginia y Carolina del Sur, pero no se conocen con exactitud todos los puntos donde se encuentran, puesto que prefieren que el público no llegue hasta ellos ni enturbie la plácida vida submarina que está desarrollándose en esos viejos vagones, que no hace mucho, recorrían el subsuelo de la populosa ciudad de Nueva York.
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