domingo, 15 de junio de 2014

La quema de Giordano Bruno, ¿religión o política?


“Dime con quién andas y te diré quién eres.” (Sabiduría popular castellana)

El tema que me dispongo a tratar podría llegar a ser motivo de escándalo para algunas personas, como siempre que se cuestionan versiones de hechos históricos que han alcanzado la categoría de dogmas; precisamente, la versión sobre las causas de la muerte en la hoguera de Giordano Bruno ha llegado a alcanzar, paradójicamente, dicha categoría, convirtiendo a todo aquel que se atreva a cuestionarla en un hereje moderno, algo con lo que no creo que hubiera estado muy de acuerdo el propio Bruno (o al menos el personaje mitológico en el que se ha convertido a Bruno).

La tesis que me dispongo a defender aquí es que Giordano Bruno no fue asesinado por la Inquisición por motivos ideológicos o religiosos, sino, sencillamente, por motivos políticos. Independientemente de lo de acuerdo o no que pudiéramos estar con sus ideas (1), existen muchos datos que me llevan a pensar que Bruno pudo haber sido utilizado como un medio para socavar la credibilidad de la iglesia católica en un periodo en el que varios países luchaban por liberarse de la influencia que el papado ejercía sobre su política interior, para poder así desarrollar sus planes expansionistas con mayor libertad. Entre estos países cabe destacar a la Inglaterra isabelina (2) y a Francia (3). Sin la ayuda de estos países, las ideas de Bruno nunca habrían llegado a tener la repercusión que tuvieron y que de tanta utilidad fueron para moldear la cosmovisión de los habitantes de Inglaterra y Francia con el fin de alcanzar unos objetivos políticos bien concretos.

En primer lugar, debemos convenir que la iglesia cristiana, gracias a su institucionalización por Constantino I, en el siglo IV, pasó a convertirse en una herramienta exclusivamente política, cuyas decisiones serían, a partir de entonces, decisiones exclusivamente políticas, pues no fue institucionalizada con otra finalidad que la de defender ideológicamente al poder político que la institucionalizó. De no haber sido así, nunca hubiera llegado a existir ni a tener la influencia que ha llegado a tener. La principal misión de la iglesia era la de defender a un poder político que, a su vez, la defendía. Si no somos capaces de comprender esto, no seremos capaces de comprender nada más.

En segundo lugar, debemos tener en cuenta el contexto histórico en el que se desarrolla el periodo de la vida de Bruno en el que éste elabora y difunde sus ideas más significativas, es decir, finales del siglo XVI, momento histórico en el que Inglaterra, a través de la recién fundada iglesia anglicana, intentaba liberarse de la influencia ideológica que el papado romano (al servicio de los intereses de las noblezas continentales, especialmente de la española) ejercía sobre su política interior y exterior. Por otra parte, Francia estaba inmersa en plena lucha de religiones entre católicos y calvinistas, una lucha agitada por diversas facciones de la nobleza francesa, y cuyo fin no era otro que el de liberarse de la influencia de España y el papado sobre la aristocracia francesa (o mantenerla, en el caso de aquellos franceses que apoyaban a España para defender sus privilegios).

En tercer lugar, debemos reconocer que las ideas de Bruno no habrían llegado a tener la popularidad que tuvieron de no haber sido por el apoyo que le prestaron algunas de las más influyentes noblezas europeas. La vida de Giordano Bruno, ordenado sacerdote en 1572, no fue precisamente la de un monje mendicante, dedicándose por el contrario a prestar sus servicios en las cortes europeas más importantes de la época. En Francia fue nombrado por Enrique III como profesor extraordinario de la Universidad de París. Más tarde, como Secretario del Embajador francés, viajaría a Inglaterra, donde, durante los dos años y medio pasados allí, como protegido de la reina Isabel I, escribió las obras más importantes de su vida, fue profesor de la prestigiosa Universidad de Oxford y frecuentó con asiduidad las reuniones de la corte, especialmente las del poeta y militar inglés Philip Sidney, uno de los cortesanos que más enérgicamente abogaban por una confrontación militar directa contra España. No es de extrañar que con estas amistades, Bruno se fuera poco a poco granjeando la enemistad de España y de su brazo ideológico, el papado romano.

El apoyo por parte de la aristocracia protestante y parte de la católica a las ideas de Bruno no fue casual (nada en política puede ser casual), y debe de ser entendido, en el contexto histórico de finales del siglo XVI, como una batalla de ideas (4) llevada a cabo por Francia, y principalmente por Inglaterra, con el objeto de librarse de la injerencia española en su política interior, socavando la autoridad ideológica del catolicismo en las mentes de los habitantes de dichos países. Además, las ideas de Bruno y de otros pensadores de la época sirvieron para crear e implantar, en la mente de los súbditos, una cosmovisión muy adecuada para el desarrollo de los planes expansionistas que llevarían a Inglaterra a convertirse con el tiempo en el gran imperio británico. De poco sirvieron a dichos súbditos (para dejar de ser súbditos) las ideas de Bruno, y sí mucho a los deseos expansionistas de un nuevo imperio; algo muy parecido a lo que sucede hoy en día, donde la actual revolución tecnológica ha servido, básicamente, para convertir al ser humano en un eficaz y productivo robot al servicio de los intereses de las élites gobernantes, nunca para conseguir su liberación.

Evidentemente, todos los argumentos utilizados por la Inquisición para encarcelar y, posteriormente, asesinar a Bruno fueron de carácter religioso; algo lógico por otra parte, pues haber usado abiertamente argumentos políticos sólo hubiera servido para revelar ante el vulgo que los intereses defendidos por la Inquisición no eran divinos, sino humanos, demasiado humanos (el servicio, principalmente, de los intereses de la corona de España), con lo que habría perdido buena parte de su credibilidad como herramienta de manipulación mental.

Desde mi humilde punto de vista, el gran error de Giordano Bruno fue el de confiar en el poder político para conseguir la difusión de sus ideas, quien le utilizó como una marioneta al servicio de sus intereses, abandonándole a su suerte una vez que hubo cumplido su misión.

Este artículo sólo ha pretendido ser un breve cuestionamiento de una figura que se ha convertido en un mito para la intelectualidad oficial de nuestros tiempos; aún quedaría mucho por aclarar, como hasta qué punto fue consciente Bruno de que estaba siendo utilizado con fines políticos; si su entrega a la Inquisición fue una maniobra para convertirlo en un mártir de la causa anticatólica como lo fue Tomás Moro en el sentido contrario; si los ocho años que pasó en la prisión fueron porque la Inquisición quiso dar con ello una medida ejemplarizante o fue porque Bruno nunca quiso retractarse, como cuenta la historia oficial; en este último caso, y si eso era lo que realmente buscaba la Inquisición, ¿por qué no le aplicó alguno de los múltiples métodos de tortura a su alcance, capaces de doblegar la voluntad del más firme asceta?; es posible incluso que el caso Bruno le llegara a la Inquisición como lo que hoy llamamos una “patata caliente”, que no supo cómo gestionar: si le mataban, mal; si le retenían preso, mal; y si le liberaban, mucho peor. La mitificación y la demonización, los dogmas y los tabús son recursos que poco ayudarán en esta tarea.

Se podrá objetar que todo esto no es más que una “teoría de la conspiración” (5), pero ¿de qué otro modo, si no mediante la conspiración continua y permanente, podría el Poder conseguir que el ser humano aceptase la condición de esclavo a su servicio? Confiar en las interpretaciones del pasado y del presente hechas por aquellos para quienes la civilización actual (en la que el hombre ha quedado reducido a un mero autómata) es algo así como la Tierra Prometida, creo que no es lo más inteligente por parte de aquellos que estén interesados en descubrir la verdad.

Cuestionar hoy en día los mitos y dogmas tejidos entorno a la vida, obra y muerte de Giordano Bruno, o de otros personajes consagrados y llevados a los altares por las instituciones políticas de la modernidad (como el caso de Darwin o del más actual Stephen Hawking), es cuestionar una inquisición no menos dogmática e intransigente que la de la antigüedad, con los mismos objetivos que los de su predecesora: el control de la mente humana para ponerla al servicio de los intereses de las élites gobernantes.

NOTAS.
(1) Cada vez estoy más convencido de que el motivo de que unas creencias científicas, filosóficas o religiosas sean sustituidas por otras (cambios de paradigma), obedece, exclusivamente, a lo que algunos denominan como una estrategia “gatopardista” (cambiar algo para que nada cambie), destinada a renovar o refundar el sempiterno sistema de dominación, al mostrarle un poco más atractivo a los ojos de los sempiternos dominados.

(2) La reina Isabel I desató en Inglaterra, durante buena parte de su reinado, importantes persecuciones contra los católicos. Anteriormente, su padre, Enrique VIII, fundó la iglesia anglicana con el fin de conseguir una mayor independencia política respecto al papado, dominado, en aquel momento, por España.

En este sentido, pocos años después de la muerte de Bruno, otra carta estrategia jugada por Inglaterra fue la llamada “conspiración de la pólvora” (de la que ya hablaré más detenidamente en otra ocasión) en año 1605, durante el reinado de Jacobo I, por la que se acusó, a través de pruebas falsas y testimonios autoinculpatorios obtenidos bajo tortura, a un grupo de católicos ingleses de idear un plan para hacer volar por los aires el parlamento inglés con toda la familia real dentro. Esto suceso originó una brutal persecución del catolicismo en Inglaterra que terminó por eliminar toda posible influencia del papado en la política inglesa.

(3) La política francesa estaba en aquella época baja la influencia española, ejercida a través del papado, y la guerra de religiones que enfrentó a católicos y hugonotes tenía como principal objetivo librarse de dicha influencia.

(4) Como toda batalla, las batallas intelectuales únicamente dependen del número de partidarios con el que se cuente: quien más consiga reclutar, vencerá, independientemente de la veracidad de los argumentos expuestos.

(5) Término acuñado en el siglo XX por intelectuales afines al “establishment” para desacreditar cualquier crítica que socave la autoridad ideológica del mismo. El objetivo buscado es el de estigmatizar a los autores de tales críticas al asociarles casi a la categoría de enfermos mentales; una estrategia no muy diferente a las usadas en su día, precisamente, por la Inquisición, que no dudaba en calificar de "endemoniado" a todo aquel que osara cuestionar sus dogmas.

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