El jueves pasado se cumplió un año desde que los programas de espionaje del gobierno de Estados Unidos comenzaran a aparecer en el periódico The Guardian. A través de publicaciones mensuales, el denunciante de la NSA Edward Snowden reveló la existencia de una operación gubernamental de recolección, almacenamiento y vigilancia de las comunicaciones personales y políticas de estadounidenses e innumerables millones de personas en todo el mundo.
El aparato internacional revelado por Snowden es el más poderoso de la historia. Miles de millones de correos electrónicos, llamadas telefónicas, textos, videoconferencias y grabaciones en webcam, registros biométricos y de tarjetas de crédito, fueron recopilados con la ayuda de corporaciones comoVerizon, Google y Yahoo. Se comprobó que tanto el metadata, como el contenido de las comunicaciones electrónicas y telefónicas, son almacenados, y pueden ser revisados sin contar con una orden judicial. Ello permite que las agencias de inteligencia puedan bosquejar perfiles sociales y políticos de los habitantes de Estados Unidos y de cientos de millones de ciudadanos más allá de las fronteras.
Los documentos filtrados por Snowden muestran que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) espía no sólo a individuos, sino a gobiernos y líderes políticos (tanto “aliados” como enemigos); organizaciones internacionales como Naciones Unidas, la Unión Europea y la OTAN; y corporaciones extranjeras. El gobierno de Estados Unidos se ha convertido en el practicante más grande de la “ciber-guerra”, al involucrarse en el hackeo de las comunicaciones de China, Irán y muchos otros países.
La exposición detallada del colosal alcance del Gran Hermano estadounidense y su carácter universal, no se condice con la versión oficial de un programa “limitado”, motivado por la necesidad de proteger a “la nación estadounidense” en contra de los “terroristas”. La continua promoción de esta evidente mentira por parte de las agencias de espionaje, la Casa Blanca y sus partidarios en el Congreso y la judicatura, es un insulto a la inteligencia de las personas.
Desde que las primeras publicaciones salieron a la luz, la realidad de un emergente estado policial, gobernado desde el Estado con la ayuda de espías y militares no electos que acechan la democracia, ha quedado más que evidenciada. El verdadero objetivo de este aparato represivo – que permite que el estado cree “listas de enemigos” de personas a ser detenidas y eliminadas en el evento de disturbios sociales que amenacen los intereses de la clase dominante – no son jihadistas de Medio Oriente (con los que el gobierno de Estados Unidos colabora en Siria, Libia y otras partes del mundo), sino la clase trabajadora.
La vigilancia es ilegal e inconstitucional. Es precisamente el tipo de operaciones “no razonables” proscritas por la Cuarta Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que establece que “el derecho del pueblo a estar seguro respecto de su persona, hogares, documentos y efectos, en contra de rastreos y confiscaciones irrazonables, no debe ser violado, y no se emitirá orden judicial alguna, si no es por causa probable…”
No obstante lo anterior, a un año desde las primeras revelaciones de Snowden, ninguno de estos programas ha sido eliminado o limitado. Continúan en plena actividad mientras el presidente BarackObama, en el nombre de las reformas, ha movido las piezas para institucionalizarlos firmemente.
La oposición del público sigue siendo amplia e intensa. Meses de mentiras sobre el supuesto carácter inofensivo y legal de los programas, combinadas con atacas interminables a Snowden por el gobierno y los medios de comunicación, no ha tenido éxito en acabar con el apoyo al denunciante. Pero la opinión de las personas no significa nada para quienes detentan el poder económico y político.
Desde el primer día han estado ausentes los llamados a poner término a estos programas o a perseguir constitucionalmente a los involucrados (comenzando por el presidente, el responsable de autorizarlos e implementarlos), de parte de los medios o alguno de los dos partidos más importantes de Estados Unidos.
Por el contrario, solo la más rara de las excepciones, los periódicos, los expertos y los políticos han acechado a Snowden. En vez de entronizar su coraje y la respuesta basada en principios de un joven adulto a las enormes violaciones de los derechos democráticos de las personas, estas fuerzas han denunciado a Snowden como un traidor y un criminal, absolviendo con ello a los verdaderos criminales.
En una continuidad de la política del gobierno de Obama hacia whistleblowers como el fundador deWikileaks, Julian Assange, y el denunciante Bradley (Chelsea) Manning, la administración ha levantado tres cargos contra Snowden por violar la Ley de Espionaje de 1917.
El pasaporte de Snowden fue revocado, viéndose amenazada su integridad física. En julio, la administración obligó a echar abajo el avión del presidente Evo Morales en un intento por capturar a Snowden. El denunciante se vio forzado a aceptar una oferta de asilo temporal en Rusia.
El asesinato fue públicamente discutido como opción entre funcionarios militares y de inteligencia. En octubre, el ex director de la NSA Michael Hayden habló sobre poner a Snowden en la “lista de asesinatos” del presidente Obama.
Las personas vinculadas a estas revelaciones han sido sujetas a la represión policial. En julio, la inteligencia británica obligó al periódico The Guardian a destruir discos duros y amenazó al periódico con cerrarlo. En agosto, la policía detuvo por nueve horas en el Aeropuerto Heathrow de Londres aDavid Miranda, la pareja del reportero Glenn Greenwald. Sus pertenencias, incluyendo su computadora, fueron ilegalmente chequeadas y confiscadas.
Las amenazas y mentiras continúan hasta el día de hoy. La semana pasada, el secretario de EstadoJohn Kerry respondió a una entrevista dada por Snowden a NBC News, exigiendo que “madurara” y se entregara al “sistema judicial” de Estados Unidos. Kerry señaló a Chuck Todd de NBC que “Edward Snowden es un cobarde. Es un traidor. Y ha traicionado a su país”.
Las élites gobernantes están horrorizadas con el surgimiento de Snowden, dado que ejemplifica la amplia radicalización política de millones de jóvenes. Nacido en 1983, Snowden habla por un sector significativo de la generación que experimentó la sangrienta erupción del militarismo estadounidense, la “guerra contra el terrorismo”, las guerras de Irak y Afganistán, Abu Ghraib, la expansión de los poderes policiales y el asalto a los derechos civiles en Estados Unidos (la Ley Patriota, Homeland Security, Guantánamo, etc.), y el crecimiento más obsceno de la inequidad social.
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